Valiosos testimonios de más de cinco siglos de intercambios comerciales engalanan las paredes de La Hacienda de Abajo de Tazacorte, el municipio con más horas de sol al año de Europa, desde donde se divisa, según la leyenda, la imaginaria Isla de San Borondón y puerta de entrada en 1492 de los conquistadores castellanos que doblegaron no sin resistencia al benahoarita Tazo, rey aborigen de La Palma.

Tazo y sus súbditos se acabaron mezclando sin problemas primero con los españoles y poco más tarde con todos los que llegaron a la Isla Bonita en busca de la ansiada fertilidad de su tierra desde la que se comercializaba para el mundo la caña de azúcar y el dulce vino de malvasía, alabado por William Shakespeare y elegido por George Washington para brindar por la independencia de Estados Unidos.

En este pequeño terruño de 700 kilómetros cuadrados perdido en el Atlántico nació el capitalismo moderno en Europa hace ya 500 años. La huella del trasiego de castellanos, catalanes, flamencos, genoveses, portugueses, alemanes y franceses emerge ahora en forma de original hotel en la finca donde se construyó el primer ingenio de azúcar, la misma que atrajo en 1509 hasta Canarias a la poderosísima familia Wesler, los banqueros germanos financieros de las guerras de Carlos I, a quienes vendió Venezuela.

"Esto era un reducto de vida nórdica en pleno Atlántico", afirma orgulloso Enrique Luis Larroque, propietario junto a dos de sus primos, Luis Ignacio y Javier López de Ayala y Aznar, de esta hacienda que conserva 1.300 obras de arte para homenajear a una sociedad culta y abierta, paso obligado de ideas, técnicas y personas que desde el Viejo Continente emigraban a las Américas descubiertas por Cristóbal Colón el mismo año de la conquista de San Miguel de La Palma, como la llamaban los Reyes Católicos, por parte de Alonso Fernández de Lugo.

La finca fue vendida en 1513 por el riquísimo Wesler a sus compatriotas Jácome de Monteverde y Johan Biess para abordar su aventura venezolana. Pagaron 8.000 florines de oro para seguir con el negocio del azúcar dulce que vendían en Amberes y el vino malvasía que distribuían en América de donde traían en el tornaviaje de la Flota de Indias objetos e ideas no solo del Nuevo Mundo sino también de las islas Filipinas colonizadas por Carlos I.

"Gracias a ese intercambio conservamos tallas, tapices, plata labrada, pintura flamenca y un sinfín de obras de arte que hacen de esta hacienda un museo a la tozudez", ironiza Larroque frente a un enorme cuadro de Santa Águeda, patrona de La Palma y protectora de su familia, los Monteverde. El lienzo del siglo XVI da la bienvenida a esta casa exponente de la riqueza de la isla en forma de hotel-museo.

La tarea no ha sido fácil, añade cerca de donde el sobrino del Adelantado Alonso Fernández de Lugo levantó a principios del siglo XVI el ingenio de azúcar al que llegaron a trabajar esclavos negros traídos a la isla bajo la estricta supervisión de portugueses de Madeira, expertos en la producción de la sacarosa, el oro de la época, hasta bien entrado el siglo XIX. "Mi madre reutilizaba todo lo antiguo y hasta se hacía con las puertas de madera que la gente tiraba al mar", añade Larroque frente al portón de la casa erigida en el siglo XVII por su antepasado Pedro de Sotomayor Topete y Massieu Vandale, descendiente de los señores medievales Lilloot, Berendrech y Zuitland, de los Estados de Flandes. "Los designios de estos señoríos del norte se decidieron aquí hasta finales del siglo XVIII", celebra Enrique Luis Larroque empeñado en hacer de este edificio climatizado por un jardín de rarezas botánicas un centro de promoción cultural para honrar unos intercambios comerciales que vienen del siglo XVI.

Reflejo de esos ajetreadísimos años de trueque multicultural son los tapices flamencos y franceses de los siglos XVI al XVIII que cuelgan en los aposentos de este edificio reconstruido con puertas, ventanas y otros objetos arquitectónicos rescatados de derruidas casonas centenarias de las que se aprovecharon maderas, piedras y sillares. De las gruesas paredes penden cuadros de los siglos XV al XX mientras que muebles antiquísimos sostienen esculturas y porcelanas chinas procedentes de las dinastías desde la Tang hasta la Quing que rivalizan con tallas religiosas europeas de los siglos XVI al XIX.

"Hemos querido representar con valiosísimas obras de arte aquel pasado esplendoroso" , afirma, en el que los ilustrados Monteverde eran perseguidos por la Santa Inquisición acusados de herejía mientras se codeaban sin la menor preocupación con el Beato Ignacio de Acevedo, quien junto a otros 38 jesuitas se refugió en 1570 en La Palma para huir de la persecución de los piratas hugonotes que impedían su llegada a las Misiones de las Indias y de Brasil. La delegación religiosa pereció finalmente martirizada por los corsarios franceses frente a las costas de La Palma, al persistir en su empeño de llegar a América.

Los colonos Monteverde negaban en un ambiente ilustrado alejado del fanatismo católico de la época en el resto de España la eficacia de algunos sacramentos, el valor de las indulgencias y hasta las ventajas de la castidad de los clérigos. "Mis antepasados eran demasiado cultos como para tragar con todo", presume Larroque sin ocultar que fueron los Monteverde unos de los principales impulsores de una masonería aún hoy muy presente en La Palma posteriormente emigrada a América donde envalentonó a los independentistas del Nuevo Continente.

Un paisaje verdísimo regado por el agua que mana de la Caldera de Taburiente, el único Parque Nacional de España aún en manos privadas, brota ahora cubierto por las plataneras que comenzaron a comercializar los británicos a finales del siglo XIX para sustituir a las riquísimas plantaciones de caña de azúcar y a los viñedos. El plátano reina hoy en esta frondosidad atlántica que llegó a ser el centro del capitalismo y la ilustración en la época del emperador Carlos I de España y V de Alemania.