Desde que aparecieron los primeros síntomas —problemas para mover un pie y un pequeño temblor en las manos— hasta que finalizaron todas las pruebas necesarias para descartar otra patología y recibir el diagnóstico de párkinson pasó más de un año y medio. Pero la coruñesa Pili Villarino, con la experiencia previa de haber cuidado a su suegra con esta dolencia, tenía claro desde un principio que padecía esa enfermedad neurodegenerativa. "Es cierto que pasas y piensas muchas cosas, pero asumí bien la enfermedad. Soy optimista y además hay que saber que de esto no se muere nadie sino que al final es por otros achaques de la edad", sostiene esta coruñesa que cada tarde acude a la Asociación Parkinson Galicia-A Coruña para asistir a alguna actividad que le ayuda a estar mejor. "Tardé en venir pero ahora es mi segunda casa. Voy al fisioterapia, al logopeda, a estimulación cognitiva donde lo paso muy bien, a la piscina, a estiramientos...", relata Villarino, quien resalta lo importante de coincidir con otros pacientes. "Logras mucha complicidad y es gente que tiene lo mismo que tú", sostiene.

Hace doce años que fue diagnosticada y asegura haber vivido lo que entre los pacientes llaman "luna de miel" ya que no tuvo apenas problemas motores hasta hace poco. "Nunca nadie me ha tratado distinto por saber que tengo párkinson", reconoce.