Lo primero que salta a la vista cuando alguien visita la sala anatómica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa es una cabeza humana amarillenta conservada perfectamente en un tarro de formol... desde hace más de 150 años. ¿Desconcertante? Pues cuanto más conoce el visitante sobre la historia del legítimo propietario de ese cráneo, más insólito resulta.

Se trata del gallego Diogo Alves, natural de Samos, en Lugo, para más señas y que ostenta el dudoso título del primer asesino en serie de Portugal. Una especie de esos temibles asesinos que, con solo pronunciar su nombre, atemorizaba a toda la ciudad de Lisboa al más puro estilo de Jack el Destripador en Londres.

Supuestamente -ya que la biografía del asesino está envuelta también de cierto mito- Diogo Alves nació en Galicia en 1810 y viajó a Lisboa al poco tiempo para servir en las casas de los más adinerados de la capital portuguesa. Esta migración hacia el sur era común para muchos gallegos en el siglo XIX que buscaban mejorar económicamente. Pero Alves rápidamente se centraría en la vida criminal.

De 1836 a 1840, el hombre transfirió su lugar de trabajo al Aqueduto das Águas Livres. Con casi un kilómetro de longitud, el acueducto se extendía por el valle de Alcântara, lo que permitía que tanto el agua como los habitantes de los suburbios llegaran a la ciudad por el paisaje rural. Allí, Alves llevó a la muerte a decenas de agricultores, tras quitarles primero el poco dinero que llevaban.

"Daba a sus víctimas un golpe en la cabeza, les robaba y luego les tiraba desde el acueducto para simular un suicidio", explicó a la agencia Efe la historiadora y periodista Anabela Natário autora de una novela que recrea sus crímenes, O Assassino do Aqueduto (Romance, 2014).

De hecho, parece que un principio las autoridades confundieron los asesinatos con suicidios, tal y como quería el delincuente, porque los 65 metros de altura que alcanza la construcción en su punto más elevado eran un lugar frecuentado por quienes querían poner fin a sus vidas.

Según los libros de historia, el hombre repitió esta secuencia 70 veces esos años que estuvo activo en la zona. Pero los portugueses pronto se dieron cuenta de que aquella ola de suicidios no era normal y empezó a correr el rumor sobre un asesino llamado Diogo Alves. Aterrorizados, los lisboetas comenzaron a asustarse y se encerraban en sus casas de noche.

Posteriormente, el asesino formó una banda y comenzó a atacar residencias privadas. Finalmente, después de irrumpir en la casa de un médico, las autoridades lo atraparon y lo sentenciaron a la horca en febrero de 1841.

Y debido a su talante frío y a la crudeza de sus crímenes, ese cadáver "notoriamente malvado" de Alves llamó la atención de frenólogos en Portugal, quienes pidieron que su cabeza fuera cortada y preservada para la posteridad. En aquel momento, esa ciencia que luego dejaría de ser considerada como tal, aseguraba que la fuente de sus impulsos criminales podría estudiarse en su cerebro.

Sin embargo, la autora de la novela desmitifica la crueldad del gallego. Para Anabela Natário, fue el imaginario colectivo el que engordó la historia y le convirtió en un personaje mas terrorífico y despiadado de lo que era en realidad. Natário asegura que Alves no cometió todos los asesinatos que popularmente se le atribuyen, aunque sí dio muerte a algunas personas en el acueducto.

La historiadora estima que en toda su carrera delictiva, el gallego acabó con la vida de una veintena de personas "como mucho". La leyenda del Asesino del acueducto fue una de las más populares entre los lisboetas durante décadas. Pero con el paso de los años fue perdiendo su impacto y poco a poco cayó en el olvido, por lo que la autora lusa decidió publicar la historia.

El lugar donde se guarda la cabeza de Alves solo está abierta para estudiantes -no es accesible para el público, según foros consultados-. Eso sí, para Natário no hay certeza al cien por cien de que sea la del criminal.