"Mi gladiador ganó su escudo y sus alas a las 02.30... absolutamente desconsolados". Con este mensaje, difundido ayer a través de las redes sociales, anunció el británico Tom Evans la muerte de su hijo Alfie, de 23 meses de edad. Un final previsible después de que los médicos retirasen el soporte vital al niño el pasado lunes, pero que no por ello ha dejado de conmocionar a millones de personas en todo el mundo, que en los últimos meses apoyaron a los padres de Alfie Evans en su batalla judicial para mantener a su hijo conectado a las máquinas que le mantenían con vida.

El pequeño Alfie Evans padecía una enfermedad cerebral degenerativa. En mayo de 2016, el niño ingresó en el hospital infantil Alder Hey, de Liverpool. Debido al avance de su enfermedad, Alfie perdió desde entonces la vista, el oído y el tacto, por lo que los médicos del centro hospitalario propusieron desconectarle de las máquinas de soporte vital. Una medida que no fue aceptada por los padres, que iniciaron una batalla judicial primero para mantener al niño conectado y después para poderlo trasladar a Italia, donde esperaban recibir otro tratamiento.

Los tribunales británicos denegaron ambas peticiones. Ya en febrero, un tribunal dictaminó que la desconexión de Alfie Evans era "en interés" del menor. Una conclusión apoyada en informes médicos y escáneres cerebrales que mostraban una "degradación catastrófica" de los tejidos, por lo que los especialistas del hospital de Liverpool consideraban "inhumano" mantener un tratamiento. El Supremo del Reino Unido ratificó esa decisión la semana pasada, mientras que la Corte de Apelaciones denegó el miércoles a los padres el derecho a llevarlo a un hospital pediátrico gestionado por el Vaticano en Roma.