El adiós a Rocío Piñeiro resultó muy duro para sus familiares y los amigos que se desplazaron ayer desde Fornelos de Montes y Pontevedra a Madrid para asistir a su misa funeral y posterior incineración, si bien sus cenizas previsiblemente regresarán a Galicia. Al dolor de su pérdida se suma la incertidumbre por la evolución del pequeño Álvaro, que permanece en la UCI de La Paz tras sobrevivir a la tragedia. Por este motivo precisamente, para estar pendientes del bebé, su familia decidió organizar la despedida a la joven en Madrid donde seguirán pendientes del niño.

Cuando Rocío caminaba el jueves por la tarde hacia uno de los últimos bancos de la iglesia de Santa María del Pinar acompañada por su madre, lo hacía radiante y feliz. Dos días después iba a someterse a una cesárea programada y podría ver al fin la cara de su hijo, un niño no solo querido sino también muy deseado tras sufrir problemas de fertilidad .

En aquel momento se cruzó en su vida Iván Berral Cid, de 34 años de edad y con un largo historial por actos de resistencia y atentado a la autoridad. Desde primeras horas de la mañana había estado rondando la iglesia preguntando a qué hora se oficiaba la misa. A media tarde había visitado casi todos los bares de la zona, vestido con pantalón corto de cuadros, camisa y gorra blanca y la funda de una raqueta de pádel en la mano llamaba visiblemente la atención.

Nadie sospechó que aquel hombre que entró apresuradamente en la parroquia del Pinar, como para no perderse el comienzo de la misa, iba a poner en marcha un tétrico plan que llevaba perfectamente preparado: quitarse la vida en el altar, pero llevándose antes por delante a todas las personas que pudiera.

Hizo la selección al azar. Al llegar a la altura de Rocío Piñeiro levantó la pistola que llevaba, un arma de fogueo manipulada para fuego real, se la puso en la sien y disparó. Siguió avanzando por el pasillo mientras la mujer embarazada se desplomaba y entraba en parada cardiorrespiratoria y disparó varias veces a María Luisa Fernández, de 52 años, que está grave pero fuera de peligro.

Entonces, Berral corrió hasta el altar. Mientras el sacerdote, que estaba vistiéndose en la sacristía, salía a ver que pasaba y una feligresa le hacía señas con la cabeza para que no lo hiciera, el asesino se puso de rodillas mirando a los fieles, se metió el arma en la boca y disparó.

Una bala que tras atravesarle la cabeza se incrustó en el techo de la iglesia. El homicida, que llevaba un par de meses viviendo como un indigente en la calle, tenía en su cartera a modo de despedida un papel: "El demonio me persigue, lo tengo detrás, no tengo trabajo".

Sin embargo, Iván Berral era propietario desde hace dos años de un piso en la calle Dulce Chacón por el que pagó 500.000 euros. En el registro policial quedó patente que en los últimos tiempos había destrozado su interior a golpes, desde que su pareja -que también está embarazada- le denunció el pasado mes de junio por malos tratos y le impusieron una orden de alejamiento. El mismo tiempo en que pasó de ser un "cachas" -que se pasaba horas en la piscina del edificio o jugando al pádel en el recinto de su vivienda- a un demacrado indigente que hacía su vida en la calle. En su garaje había varios coches y hasta una moto, aunque eso sí, trabajo no tenía, según las investigaciones policiales.

Las paredes de la vivienda presentan agujeros hechos a puñetazos, y no hay ninguna fotografía suya ni de su familia, aunque tiene una hija de dos años y medio con una pareja anterior a la colombiana encinta que le denunció por malos tratos.

Lo único que destaca es un póster de Kill Bill, la película de Tarantino en la que Uma Thurman busca venganza. Cuadros cubistas, una máquina de pinball, y otra de pesas completan la decoración de la vivienda de un tipo que, según sus vecinos, vestía siempre de marca.