Ojalá tan solo se tratara de la famosa película protagonizada por Spencer Tracy y que le valió un Oscar al mejor actor principal, ojalá, pero no; ojalá Francisco Schettino, el capitán del malogrado Costa Concordia fuera solo un actor y lo vivido frente a las costas de la Toscana hubiera sido el rodaje de una película, ojalá, pero no. Francisco Schettino no parece ser precisamente un capitán digno de Oscar, ni tan siquiera un capitán intrépido, mas bien, un capitán negligente, cuya frivolidad ha ocasionado la tragedia, y por si eso fuera poco, según dicen los cronistas, fue uno de los primeros en abandonar la embarcación, contraviniendo de este modo, no solo la norma deontológica más emblemática de todo capitán de buque, sino la norma jurídica que recoge entre las obligaciones del capitán la de: "permanecer a bordo, en caso de peligro del buque hasta perder la última esperanza de salvarlo y antes de abandonarlo oír a los oficiales de la tripulación, estando a lo que decida la mayoría; y si tuviere que refugiarse en el bote, procurará ante todo llevar consigo los libros y papeles, y luego los objetos de más valor, debiendo justificar en caso de pérdida de libros y papeles que hizo cuanto pudo para salvarlos". (art 612 co.co)

Estamos pues, aparentemente, ante un naufragio culpable, es decir, imputable al dolo, culpa, negligencia o impericia del capitán.

Las consecuencias jurídicas de la tragedia todavía no han comenzado y la previsible cuantía de las indemnizaciones puede hacer peligrar a la economía más saneada, pues no se trata tan solo de reivindicar el precio del pasaje y las pertenencias perdidas, sino también los daños morales, físicos y psíquicos que se hayan producido en el siniestro y cuyas secuelas pueden durar años. La responsabilidad legal de las agencias y del naviero propietario en último extremo (y de las respectivas compañías de seguros obligadas al pago de las indemnizaciones) unido a la no poca picaresca a la que se prestan este tipo de situaciones, hacen presagiar una larga batalla legal donde se verá cada contrato, responsabilidad y obligación con lupa en un cruel juego de pasarse la pelota de las indemnizaciones.

Al final ocurrirá como en todas las tragedias, alguien muere, alguien llora, alguien desaparece y alguien acaba siendo más rico de lo que era.