Algunas de las claves del caso Asunta, al menos para los investigadores, aparecieron en la basura, en concreto en una modesta papelera de uno de los dormitorios de Teo, una finca familiar que además está enclavada, geográficamente, cerca de la pista forestal donde fue hallada la niña. En el recipiente, los investigadores encontraron, según asegura el escrito de calificación del fiscal, "un trozo de la misma cuerda que habían usado" los acusados para "atar a la víctima unas horas antes". Y la cuerda no fue lo único que apareció en los desechos. También se rescató una mascarilla o un pañuelo de papel que contenía ADN de la niña y de su madre, Rosario Porto.

Sin embargo, las versiones de qué hacían allí esos materiales y su significado de la acusada y del fiscal poco tienen que ver, como quedó de manifiesto ayer durante su interrogatorio. Para empezar, frente a la versión de la acusación que sostiene que nada más entrar en la casa, "Rosario se dirigió rápidamente hacia una papelera que había en uno de los dormitorios" en la que "ella sabía que había efectos relevantes para la investigación", aunque no logró "apoderarse de ellos ni alterarlos", la progenitora de Asunta proclamó indignada: "No estaba para fijarme en ninguna papelera. ¿Cómo voy a fijarme en una papelera? Me acaban de decir que mi hija es el cadáver que han encontrado".

De hecho, Porto fue todavía más allá y aseguró que no llegó a entrar en la habitación donde se ubicaba el cesto de la basura. No obstante, y aunque se dirigió al piso de arriba con la intención de ir al baño, no supo concretarle al fiscal si finalmente había logrado dar respuesta a unas necesidades biológicas que surgen, comentó al tribunal, cuando tiene "nervios".

Donde la acusación ve un trozo de la misma cuerda que se había usado para atar a la víctima, Rosario Porto, sin embargo, ve algo más inocuo. Afirmó que no tiene "ni idea" de qué hacía ese "cordón" en la papelera, aunque reconoció que "es posible" que envolviese un paquete o que la niña "lo hubiese cogido para jugar". Recordó que a su madre, ya fallecida, "le encantaba" la jardinería y que disponía de bobinas para utilizarlas en injertos.

Para la mascarilla con su ADN también tiene justificación: "Siempre que hacía el cambio de ropa en primavera-verano me ponía una mascarilla", alegó al fiscal, dado que la casa, en general desocupada, estaba "sucia" y se "ponía fatal de la rinitis".

La finca de Teo esconde otras pistas que la acusación considera reveladoras, como las horas de desconexión y conexión de su alarma. El día de los hechos esas acciones se produjeron a las 18.33 y a las 20.53 horas, intervalo que sirve a los investigadores para situar la llegada de Porto a la casa familiar y su última salida del lugar, ya que ese día llegó, según explicó ayer, a desplazarse hasta tres veces al lugar.

Pero en el documento que el fiscal mostró a la acusada con las horas de conexión y desconexión del sistema de seguridad, aparecía su manipulación en otra fecha: el martes previo al día del crimen. Justo, señaló Jorge Fernández de Aránguiz, al día siguiente Asunta faltaría al colegio porque, alegó Porto, tenía "unas décimas de fiebre", lo que provocó incluso que la madre enviara al tutor un justificante en el que, sin embargo, la acusada apuntaba a que la niña no podía acudir a clases porque estaba bajo los efectos de una "medicación fuerte" que le había causado vómitos.

Sobre el misterio de la alarma, Porto explicó al fiscal que solo tenían llaves de la finca su exmarido, Alfonso Basterra, y cree que un vecino. Y que, "desde luego", ella no fue quien estuvo en Montouto ese día. La respuesta a la pregunta del fiscal podría venir hoy de la mano de Alfonso Basterra, que durante la instrucción habría reconocido que días antes estuvo allí.

La finca de Teo no solo tiene relevancia en el caso por encerrar, para los investigadores, todas estas supuestas claves, sino que además fue allí donde, según el juez instructor, habría muerto la niña. Y el lugar supone también una complicación añadida para Rosario Porto, que tuvo que explicar al tribunal cómo el día de la muerte de la pequeña subió hasta la finca desde Santiago hasta tres veces, aunque solo conectó y desconectó la alarma, según el fiscal, en una ocasión.

La primera vez lo hizo, explicó, con su hija Asunta, aunque esta cambió de idea nada más llegar y decidió que prefería volver a casa a "hacer los deberes", que era el plan inicialmente previsto. Según Porto, dejó a la pequeña "muy cerca de casa", entre la calle República Argentina y la plaza Puente Castro (a unos metros de su vivienda), a pesar de que cuando lo hizo sabía que la niña le había dicho que "estaba mareada, que no se encontraba bien".

En ese momento, el último que vio a la niña con vida, Porto estaba convencida, pese a las palabras de la menor, de que Asunta estaba "perfectamente". La acusada se puso en el papel de madre indignada cuando la acusación popular le reprochó que durante la instrucción cambió la versión de dónde dejó a la niña. "No es dejar a una niña tirada, simplemente la dejé cerca de casa como en otras ocasiones", se defendió. "Ese día no sabía que iba a ser el último minuto que la vi", lamentó.