Tanto el jurado en su veredicto como el juez en la sentencia en la que condena a Rosario Porto y Alfonso Basterra a 18 años de prisión por el asesinato de su hija basan su convicción en un abanico de testimonios limitado. Son claves en su decisión de responsabilizar a ambos padres de la muerte de Asunta los informes periciales de Toxicología o del Instituto de Ciencias Forenses de la Universidade de Santiago, que establecen las horas de la muerte de la pequeña, cómo ocurrió, el contenido de lorazepam en su cuerpo o las sedaciones previas, y los testimonios de las profesoras que las presenciaron. También lo es, en el caso de Basterra, una testigo que lo situó en el centro de Santiago la tarde de los hechos o los que, aparte de él mismo, acreditaron su compra de Orfidal. Del nutrido grupo de agentes de la Guardia Civil que desfiló por el juicio, fueron determinantes los aportes de los que asistieron al registro de Teo y del que revisó las cámaras y también resultaron claves los de la madrina de la menor y su cuidadora, que proclamaron su salud "de roble" y que cuando estuvo con ellas Asunta no tomó fármacos.

No obstante, a lo largo de las jornadas dedicadas solo a testificales y periciales, una docena en total, por los juzgados de Fontiñas pasaron unos 130 testigos cuyas comparecencias, en muchos casos, cayeron en el olvido o pasaron a un segundo plano, vista la sentencia. Por ejemplo, jurado y juez obviaron las declaraciones de la pareja que vivía próxima al lugar donde apareció el cuerpo, quienes declararon que pasaron tres veces por la pista antes de medianoche y que el cuerpo no estaba allí. En su contra, tuvieron a los agentes de la guardia civil, quienes aseguraron que, pese a que había claridad, el cuerpo no podía verse sin luz artificial.

Esa pareja fue la primera en sentarse en el estrado de los testigos. El siguiente, uno de los hombres que localizaron el cuerpo, al parecer tampoco sembró dudas al explicar que mientras esperaba a la Guardia Civil tuvo la "sensación de que alguien" le observaba e indicar que el cuerpo había cambiado de posición desde la primera vez que lo vieron él y su compañero.

Las declaraciones de la madrina y la cuidadora sirvieron para cimentar en jurado y magistrado la convicción de que la niña gozaba de "muy buena salud". Sin embargo, ambas, como los propios progenitores, dibujaron también una familia ideal en sus comparecencias que el juez no se creyó. Al menos, cuando apunta que los padres dicen no acordarse de los toques de atención de los profesores sobre el malestar de la niña en los episodios de sedación, en la sentencia afirma que eso no casa con "la versión que se ha tratado de ofrecer de unos padres responsables y preocupados por el bienestar de su hija". La madrina aseguró que su relación era "buena", que la última vez que los vio estaban los tres en el salón "en amor y compañía" y que la pequeña "jamás" le insinuó que sus padres quisieran hacerle daño. Su cuidadora habló de una familia "idílica" y dijo que no notó nada extraño.

La responsable de recoger las cenizas de Asunta, amiga de la familia de toda la vida, desgranó asimismo las virtudes del "maravilloso" entorno de la pequeña. No obstante, ni ella, ni la cuidadora, a las que se les preguntó en concreto sobre el asunto, sabía del supuesto episodio de agresión que sufrió la niña en la madrugada del 4 al 5 de julio, un capítulo de la misteriosa historia que envuelve los últimos meses de la vida de Asunta que no mencionó el jurado en el veredicto ni al que tampoco aludió el magistrado, a pesar de que centró la declaración de la madre de una amiga de Asunta y de otra menor muy cercana a ella y salió a relucir varias veces. Tampoco se aclaró qué ocurrió el martes previo a la muerte de la niña, cuando consta una desactivación y una activación de la alarma de Teo, señal, para el fiscal, de que alguien estuvo en la finca. Ninguna reflexión del jurado se refiere a este dato y tampoco lo hace el juez, aunque sí menciona el episodio del día siguiente, el 18, cuando la niña falta a clase por sentirse mal y en donde el jurado percibió una "contradicción" entre la versión ofrecida por los padres y la de la cuidadora.

Otro de los capítulos que ocupó varias horas en la vista fue qué ocurrió con el ordenador de Alfonso Basterra. Sus dos hermanos aseguraron que el portátil siempre estuvo en el piso. También pasó por los juzgados un guardia civil que revisó el dispositivo y aludió a unos 540.000 archivos borrados, aunque no pudo asegurar "si se cambió" el disco duro. Asimismo, ni en el veredicto ni en la sentencia se hace alusión alguna a las imágenes de la niña con traje de ballet que en su momento fueron cuestionadas, y a las que en el juicio quitó hierro su profesora, ni a otras en las que aparece caracterizada como una momia. Según sus padres y su madrina, le "encantaba disfrazarse".

A Ramiro C., cuyo perfil genético coincidía con el del semen hallado en la camiseta de Asunta, el jurado ni siquiera aludió. El juez sí lo hace, junto al conocido como pederasta de Ciudad Lineal, pero solo para destacar cómo la posibilidad de una tercera persona, a la que apuntaban las defensas, la "descarta" el hecho de que las periciales demuestran la ingestión previa, al menos durante tres meses, de lorazepam. Sin embargo, durante el juicio este aspecto fue relevante. Ramiro C. y varios testigos que sustentaban su coartada ocuparon un día, y el cómo llegó ese ADN a la camiseta también centró otra jornada en la que peritos de la Guardia Civil negaron que la contaminación se hubiera producido en el laboratorio donde se analizó la prenda.

Por el juicio también pasaron numerosos testigos solicitados por la defensa de Porto para intentar mostrar lo afectada que se quedó por la muerte de la niña, como la reclusa que le asignaron para acompañarla, que la describió como "triste" y "abatida", o el director de la prisión, que la veía siempre "hundida".