"El esfuerzo de toda una vida sepultado en unos segundos". Esta era la trágica conclusión de Jacinto Márquez, vecino de Pedernales, epicentro de la tragedia. En esta localidad de la provincia costera de Manabí, el 90% de las casas han quedado derrumbadas tras el fuerte terremoto que asoló Ecuador el pasado sábado. La ciudad hasta ahora turística muestra un escenario desolador lleno de escombros, con campamentos improvisados de acogida a los damnificados, sin luz eléctrica ni agua potable, a merced de la ayuda humanitaria que va llegando poco a poco. Hasta el momento, según cifras oficiales, son 153 los fallecidos en esta localidad y 1.424 los heridos.

A pocos metros de un hotel destrozado por el seísmo se encuentra un grupo especial de operaciones de rescate, coordinado por Gabriel Rivadeneira, jefe del Gobierno Provincial de Santo Domingo de los Tsáchilas. "Estamos intentando sacar algún cuerpo con vida de entre los escombros, tenemos la esperanza de encontrar aun gente viva", relataba haciendo referencia también a unos detectores especiales traídos desde Colombia que calibran presencia humana desde la superficie.

Las labores de rescate están siendo muy duras, no sólo por la dificultad que implica el trabajo, que comienza a las 06.00 horas con los primeros claros del día, sino también por el impacto psicológico que conlleva.

Uno de los testimonios más duros lo contaba Marcos Cruz, que explicaba que sus amigos quedaron sepultados tras haberles caído encima su casa de dos pisos. "Rescataron sus cuerpos ayer", relataba visiblemente conmovido frente al coche que ellos mismos conducían hace unos días, ahora convertido en un amasijo de hierros.