Giorgia Rinaldo, de cuatro años, pidió agua. Después de escarbar durante horas, hasta con las manos, el bombero Angelo Moroni se abrazó al cuerpo con vida que había conseguido extraer de los escombros de lo que había sido una casa en Pescara del Tronto. Se agarraba a una de las pocas razones que dan sentido a su esfuerzo, porque la niña sobrevivió diecisiete horas al terrible seísmo en el que murió su hermana de nueve años y que también han superado sus padres. "Espero que a Giorgia le queden pocos recuerdos de lo sucedido; mejor dicho, espero que lo olvide todo", dijo Moroni con lágrimas en los ojos después de sacar en brazos a la niña y arrancar los primeros aplausos en mitad de la desolación del devastado pueblo italiano.

No era para menos, porque en la noche anterior, en Amatrice, auténtica zona cero del terremoto que sacudió el centro de Italia el miércoles, solo se habían encontrado cadáveres. Eso dijo ayer Carlo Cardinali, funcionario del cuerpo de bomberos después de trabajar durante horas, con serias dificultades, entre las ruinas del histórico hotel Roma. Mientras los equipos de rescate no pierden la esperanza -la hay "hasta tres o cuatro días después del seísmo", señaló ayer Paolo Passalaqua, jefe de equipo de la Guardia di Finanza de L'Aquila-, la catástrofe deja tras de sí historias como la de la abuela Vitaliana, de Arquata del Tronto, que salvó a sus nietos Leo y Samuel, de seis y cuatro años, al meterlos bajo un somier metálico que hizo de escudo contra los muros y techos desplomados. En Accumoli, un bebé de ocho meses rescatado con vida falleció poco después en la ambulancia.

En Pescara del Tronto, la imagen de la consternación era la de Francesco Morelli, de diecisiete años, mientras contaba cómo en el momento de la tragedia paseaba por el pueblo y vio morir a tres amigos. Morelli vive durante el año en Roma, pero pasa el verano con sus abuelos en las montañas de Rieti. El joven, ahora en un campamento para desplazados en Arquata del Tronto, recuerda que la noche del desastre "paseaba con un grupo de amigos cuando, de repente, hubo un estruendo y nos encontramos rodeados de polvo y en el pánico más absoluto". "Cuando se disipó el polvo vi a gente corriendo por todos los lados y a mis tres amigos más pequeños, de 14 años, que se habían retrasado en el paseo, muertos", relata. Ayer logró dormir durante tres horas interrumpidas por el recuerdo de su amiga Arianna, muerta en el desastre. Ha soñado con ella: "Veo que me saluda, que me pide que la ayude y me desea buenas noches", confiesa el joven, que acto seguido se funde en un abrazo con otro amigo en las tiendas de campaña de Arquata.

En Amatrice, un "pueblo fantasma" lleno de barrios que ya no existen, el alivio del hallazgo de vida bajo las ruinas se mezcla a veces en el mismo instante con las huellas de la tragedia. Un bombero cuenta que alrededor de las cuatro y media de la madrugada sacó de los escombros a los padres vivos, pero que sus dos niños estaban muertos. "Es algo horrible que no puedo dejar de pensar", afirma.

En los campos improvisados para atender a las víctimas, el dolor se mezcla también con la incertidumbre. Alessio Filodei reconoce que ni siquiera sabe cuál es el estado de su casa en Pescara del Tronto, aunque sospecha que "no habrá quedado mucho de ella". En el mismo campamento, cubierta con una manta, Cristina dice que su prioridad ahora es hallar a su hermana, que vivía en Amatrice y de la que aún no tiene noticias.