En el colmo de las atroces casualidades, un terremoto sembró anteayer martes de muerte y destrucción el centro de México, el mismo día que se recordaba, con diferentes actos de homenaje, el seísmo que en 1985 dejó 20.000 muertos. Aún es pronto para valorar el efecto de esta nueva catástrofe. Si bien el número de víctimas es mucho menor -un primer balance apunta a 225 fallecidos, aunque hay numerosos desaparecidos y cerca de 2.000 heridos-, el impacto emocional ha sido terrible. México es un país noqueado. Exteriores confirmó la muerte de un español, cuya identidad no se ha facilitado por el momento. Además tratan de localizar a una veintena de nacionales de los que no se tiene noticia.

Las labores de rescate continuaron ayer sin descanso para encontrar gente con vida bajo los escombros de las decenas de edificios derrumbados, en un país que ha decretado tres días de luto nacional. La fuerte sacudida, de 7,1 grados en la escala de Richter, tuvo como su epicentro en Morelos, a 120 kilómetros de la Ciudad de México. En la capital del país, con al menos 94 muertos y 1.800 heridos de diversa consideración, hay 39 edificios destruidos y se desconoce realmente el número de personas vivas o fallecidas bajo los escombros. Además, hay otros 30 inmuebles con graves daños, 209 escuelas afectadas y al menos 500 deberán ser revisados.

Un silencio espeso se impone cada vez que alguien escucha un sonido o cuando un perro experto en rescates hace un gesto, señal de que puede haber alguien sepultado. El esfuerzo se concentró sobre todo en la capital, ya que en otras zonas, como Puebla, las labores de rescate finalizaron en la medianoche del martes, hora mexicana. En esa conocida ciudad, el casco viejo sufrió graves desperfectos, con 46 edificios dañados. El terremoto deja dramas sin cuento, como el de las once personas, entre ellas cuatro menores, que perecieron al derrumbarse la iglesia donde estaban bautizando a un niño.

En medio de la vorágine, los centenares de miles de damnificados del terremoto del pasado 7 de septiembre que dejó 98 muertos en el sur de México temen que este nuevo sismo acabe de un plumazo con el suministro de ayuda.

Gallegos en buen estado

La Cámara de A Coruña informó ayer, a través de un comunicado, de que todos los participantes en la Misión Comercial a México, organizada por la propia entidad cameral, la Asociación Gallega de Empresas de Ingeniería, Consultoría y Servicios Tecnológicos (Ageinco) y la Xunta, a través del Igape, se encuentran bien.

"No dio tiempo a nada. De repente, todo se vino abajo", aseguró ayer una de las maestras del colegio Enrique Rébsamen, situado al sur de Ciudad de México, cuyo derrumbe se ha convertido en el emblema de este terrible terremoto. Un total de 37 personas fallecieron al colapsar el centro. De ellas, 32 son niños. Afortunadamente, un total de 315 estudiantes salieron del amasijo de cascotes en que se convirtió el centro docente. Llegó a hablarse de treinta desaparecidos.

Un vídeo recoge los momentos posteriores al derrumbe. "¡Aquí hay niños, ayuden!", gritaba un rescatador. Las imágenes muestran a los voluntarios sacando a los niños, llorando desconsolados, por los huecos dejados por la estructura colapsada. "Una chica que se llama Frida habló por WhatsApp con su madre anoche y le dijo dónde estaba, para que la pudieran ubicar", aseguró la voluntaria María Elena Villaseñor.

En el exterior, los padres suplicaban noticias sobre sus pequeños. Las escenas durante la identificación de los cadáveres fueron terribles. Unos padres encontraban a sus hijos fallecidos, otros respiraban aliviados. Una de las niñas salvadas, Fátima, lloraba mientras pedía a sus padres que volviesen sus hermanos.

Al músico gallego Teo Cardalda, integrante de Cómplices, el seísmo le pilló en México: "Este es el segundo terremoto que vivimos aquí; fue horroroso, tremendo".

El también gallego Carlos del Pulgar, editor de Nova Galicia Edicións, estaba en una reunión en un hotel de Ciudad de México cuando la tierra tembló: "Hay calles enteras precintadas; parece que estás en una ciudad fantasma".

Y Andrea Vázquez, que es mexicana descendiente de gallegos, compara este terremoto que otro que todavía tiene grabado en su memoria: "Sentí más este temblor que el de 1985".