La colaboración ciudadana en el caso de la desaparición de Diana Quer no cesó durante los más de 496 días de búsqueda. La mayoría resultaron infructuosas y contribuyeron a desdibujar lo que realmente había ocurrido. Desde testigos que aseguraron haberla visto en Lugo pasando por su propia madre al sospechar que podrían habérsela llevado a otro país -EEUU o Canadá- hasta los jóvenes que afirmaron haber visto a Diana subirse a un monovolumen la noche de su desaparición en el puerto de Rianxo. La investigación se extendió hasta sus amigos madrileños "poco recomendables" e incluso a círculos empresariales.

Sin embargo, su asesino vivía casi a su lado. Todo apunta a que Diana falleció el mismo día en el que desapareció, la madrugada del 22 de agosto de 2016, y su cuerpo permaneció a pocos quilómetros de la casa familiar en la que disfrutaba de sus veranos en A Pobra.

Aunque fueron más de 200 las declaraciones que los agentes de la Guardia Civil recogieron durante meses, la investigación giró desde un primer momento sobre tres varones sospechosos de raptar a Diana. Los efectivos llegaron a intervenir sus teléfonos móviles y realizárseles seguimiento. Su perfil era idéntico: hombre de entre 30 y 40 años, con antecedentes por casos de violencia o abusos y vecino de la zona de Taragoña o Boiro. Uno de los sospechosos ya habría sido detenido anteriormente por tráfico de drogas: José Enrique Abuín, el ahora preso preventivo en el penal de Teixeiro tras confesar su participación en la muerte de la joven.

Llegar a esta conclusión no fue tarea fácil. Y es que la hipótesis de una marcha voluntaria se manejó hasta los días previos al archivo judicial del caso, en el que el magistrado apela a indicios de la existencia de "ilícitos graves frente a ella".

Dos testigos fiables avistaron a la joven la noche de su desaparición caminando por el paseo del Arenal en dirección a su domicilio. Esto sumado a las primeras declaraciones de su madre, Diana López-Pinel que aseguraba que el pantalón que llevaba la joven estaba es su habitación avivó la teoría de una posible huida voluntaria. Los problemas y discrepancias familiares que enturbiaron el caso también acrecentaron esta posibilidad. Sin embargo sus padres lo tenían claro desde el principio: "Nuestra hija está retenida", revelaban en su primera y única comparecencia juntos ante la prensa. Finalmente pudo descubrirse que la madrileña no llegó a pasar por su casa.

Un momento en el que más que aportar información sobre qué le habría sucedido a Diana venía a confirmar su marcha forzosa fue la aparición de su iPhone 6 bajo el puente de Taragoña. A pesar de los múltiples intentos por hallar una pista que pudiera ayudar en su búsqueda, el terminal no fue determinante en las diligencias de instrucción. Pista clave con la que el autor confeso de la muerte de Diana se vio acorralado fue el recorrido de la señal de su teléfono captadas por las antenas en O Barbanza. Su terminal hace exactamente el mismo recorrido que el de Enrique Abuín, un desplazamiento a gran velocidad (en un turismo) por la autovía que separa A Pobra de Taragoña.

Las múltiples batidas por los montes y fincas arboladas, los escenarios recorridos, los ingentes recursos dedicados a explorar a los feriantes que se encontraban aquel agosto en A Pobra do Caramiñal trabajando en las fiestas patronales y todas las hipótesis estudiadas enmascararon una realidad mucho más próxima y desgraciadamente triste: el cuerpo de Diana convivió a escasos metros de los cientos de vecinos que a diario discurrían frente a la fábrica abandonada de Rianxo. Todavía quedan muchos interrogantes a los que contestar, sin embargo la pregunta clave del caso ya tiene respuesta: Diana Quer nunca abandonó O Barbanza al cruzarse en su camino con José Enrique Abuín Gey.