El 30 de septiembre de 1955 moría en un accidente de tráfico el actor James Dean y nacía una leyenda. A la abundante bibliografía de quien se convirtió una estrella con solo tres películas (Rebelde sin causa, Al este del Edén, Gigante) se suma Vive deprisa, una biografía novelada del francés Philippe Besson escrita desde el punto de vista de 30 voces reales cuyas palabras imagina el autor: la del propio Dean y otras 29 personas que conocieron al mito, desde celebridades como Marlon Brando, Natalie Wood, Rock Hudson, Elia Kazan o Liz Taylor hasta sus padres, sus tíos o algunos profesores.

El arranque no puede ser más contundente: "Me morí el 14 de julio de 1940. Jimmy tenía nueve años". Habla Mildred Dean, la madre. "Con el corazón en la mano: me gustaba que mi hijo fuera diferente". Su pasatiempo favorito era "improvisar obras de teatro", por eso "me siento orgullosa si mi influencia ha sido determinante en su vocación". Resignada: "Nadie puede escapar a su destino. El suyo era ser una estrella y cruzar el cielo como un cometa".

El cometa recuerda aquellos momentos trágicos: "Creo que no se sobrevive a la muerte de una madre. Por supuesto, seguimos respirando, creciendo, sonriendo. Pero estamos muertos por dentro. Hay algo muerto en nuestro interior". Elia Kazan, su director en Al este del Edén, recuerda cómo "hacía alarde de un talento increíble. Cuando le daba por musitar o decir algo entre dientes su diálogo, en vez de recitarlo con voz inteligible, era un hallazgo genial. Cuando cambiaba una réplica mientras la cámara ya había empezado a filmar, casi siempre daba en el clavo. Cuando se dejaba arrastrar por la violencia, sus partenaires se quedaban aturdidos, pero detrás de la cámara las escenas eran antológicas".

Pier Angeli, la actriz de la que Dean se enamoró, evoca al "único hombre al que he amado de verdad. Pero acabé casándome con otro. Son cosas que pasan". Las presiones de su madre y las de Kazan con Dean acabaron con su romance. "No te repones nunca de haber dejado pasar al gran amor de tu vida. Haces como que eres feliz, y quizá lo seas a veces, por casualidad y sin querer. Pero no dura (...) Finalmente, un día, te pasas un poco con las pastillas y te mueres. A los 39 años. Sí, al final, los barbitúricos pudieron conmigo".

¿Y Brando? Solo estuvo con él una hora. Pero... "Más tarde fui a ver sus películas y entonces comprendí. Me di cuenta de que era un puto genio. Y los genios tienen derecho a joder a todo el mundo". Volvemos a Dean: "No debo de estar dotado para la felicidad.Los golfos como yo no estamos hechos para la felicidad, ésa es la verdad. A lo mejor es mi interés por los hombres lo que lo estropea todo. Y esa jodida obligación de ocultarlo todo el tiempo".

Nicholas Ray, director de Rebelde sin causa, consideraba a Jimmy no sólo un actor, "sino el espíritu de la película, llevaba dentro la tensión, y era esencial expresar esa tensión. De repente el rodaje se complicó y hubo quien afirmó que había sido caótico. Quizá. Pero con ese caos hicimos una gran película. Y, de todas formas, dejo de buena gana el confort y la tibieza para los demás". Natalie Wood, su compañera en esa película, se hizo cómplice de él: "Se revelaba un ser generoso y atento, una vez que te habías ganado su confianza. Por supuesto que podía mostrarse hosco y a veces incluso brutal, pero aquel mal humor solo era una manifestación de su timitez".

Su gran amiga y confidente Liz Taylor recuerda la noche en que "me dijo que a raíz de la muerte de su madre el pastor de su iglesia empezó a abusar de él. Creo que lo atormentó toda su vida, aunque no se lo haya contado a nadie". Al final, claro, Dean, agonizante en su Spyder, dice la última palabra, y es, como no podía ser de otra forma, para la mujer de su vida: "¿Ves, mamá? yo tenía razón: no hemos estado separados mucho tiempo". The End.