Sus gafas y su mirada distraída son ya tan icónicas en el mundo del cine como el bombín de Charlot o la falda de Marilyn Monroe, pero Woody Allen no se plantea retirarse a sus 80 años -que cumplió ayer- sino que sopló las velas enfrascado en la preparación de su nueva película y de una serie de televisión.

El genio neoyorquino de las pequeñas obsesiones, los diálogos brillantes y los gags surrealistas, tiene poco que demostrar a estas alturas tras una larga y alabada carrera cinematográfica coronada con obras maestras del drama y la comedia como Manhattan o Hannah y sus hermanas.

Pero, además de por su talento como guionista y director, Allen es también admirado por su torrencial creatividad y por la constancia de su trayectoria, que le convierten casi en un enfermo del cine, capaz de mantenerse casi medio siglo en activo (su primera película What's Up, Tiger Lily? es de 1966) y de entregar al menos un filme cada año desde 1982. "Todo lo que creas en tu vida se va a evaporar (...). Así que mi conclusión es que la única forma posible de afrontarlo es con distracciones", aseguraba Allen este año en el Festival de Cannes, donde apuntó que para él "hacer películas es una maravillosa distracción".