A Antonio Muñoz Molina se le vio de refilón cuando le enfocaron las cámaras: fueron pocos segundos, pero su cara lo decía todo, se quedó descolocado. Cerca, Isabel Preylser, con más oficio en eso de guardar las apariencias cuando hay público delante, mantuvo su conocido rostro de esfinge, pero el desconcierto asomó. No era para menos. Poca por no decir ninguna gracia tuvo la broma (o eso quería ser) de la escritora Elvira Lindo -a más señas, pareja de Muñoz Molina- cuando apareció en el escenario de la gala de los Goya para entregar el premio al mejor guión adaptado junto a Mario Vargas Llosa, como casi todo el mundo sabe a estas alturas, pareja de Preysler. La escritora buscó la complicidad del Nobel y le espetó algo así como que para una vez que tenía la oportunidad de estar con él en un escenario, la protagonista estaba entre el público, en referencia a Isabel Preysler. No se pudo callar, como ella misma reconoció y se equivocó. La gente en la sala tardó en pillar la broma, se oyeron risas, pero pocas y forzadas. "Bueno, vamos...", atinó a decir Vargas Llosa, que pasó a enumerar a los candidatos al Goya.

Era la enésima broma forzada de una gala que siempre destaca más por cualquier cosa que por el cine. Los hay que no nos la perdemos precisamente por esto: solo buscamos pasar un rato escrutando los modelos o gestos de los famosos que acuden.