Agradecidos por seguir vivos o esperanzados con curarse, cuatro devotos adultos, un joven de 15 años y un bebé de 11 meses participaron, ayer, como ofrecidos en la multitudinaria procesión de Santa Marta de Ribarteme, en As Neves, a la que acudieron miles de personas a pesar de los más de 30º que se registraron.

Nerviosos por la expectación generada y por el caluroso trayecto que tenían por delante, se introdujeron, uno a uno, en su ataúd poco antes de la una de la tarde. Para los algo más de 60 minutos que duró el recorrido, muchos de ellos se equiparon con abanico, botella de agua, gorro y gafas de sol. Su peso lo soportaron amigos y familiares, cuatro o seis hombres, según cada caso, ayudados de pequeños cartones o prendas de ropa dobladas sobre el hombro para amortiguar el peso.

Bebé ofrecido

La más pequeñita de todas las ofrecidas fue un bebé de menos de un año de vida. Su familia de Tui hizo la promesa a la santa, considerada abogada de los casos imposibles, para que le ayude a curarse por completo de su enfermedad. Su ataúd blanco fue cerrado y vacío, justo detrás de la patrona, y detrás de él completó la ofrenda la pequeña vestida con una mortaja en brazos de su madre.

Desde hace décadas, las ofrendas de los niños se cumplen portando féretros vacíos y tapados. Sin embargo, los documentos audivisuales conservados permiten comprobar como en 1965 los bebés también cumplían la promesa dentro de las cajas mortuorias.

Quien sí fue dentro del ataúd como el resto de adultos a pesar de su corta edad fue Aleixo Paz, un joven de 15 años que afronta la reconstrucción de su cuerpo quemado tras un accidente de tráfico hace seis años, cuando viajaba en un camión con su padre cargado de combustible y éste se incendió. "Vengo a celebrar que he sobrevivido" comentó Aleixo, llegado expresamente desde Girona y quien ya había acudido en otras ocasiones a esta romería aunque nunca dentro de un ataúd. Después de superar una reciente operación decidió completar ayer la ofrenda en la tierra natal de su familia.

Desde Tomiño se acercó Pilar Domínguez, de 39 años, para pedirle a Santa Marta que le ayude a "cambiar su mala racha". Con problemas de salud, su marido recientemente fallecido y con una hija de ocho años diagnosticada de osteogénesis imperfecta (popularmente conocida como enfermedad de los huesos de cristal), Pilar se metió ayer en el ataúd muy nerviosa y con un tobillo vendado "porque soy muy católica y tengo mucha fe en la santa". Esta tomiñesa, que tenía el féretro reservado desde enero, espera que Santa Marta vuelva a ayudarla como lo hizo cuando solo tenía dos años. "Mi mamá me trajo y me llevó vestida con una túnica porque sufría ataques epilépticos y desde entonces me pasaron".

La ofrecida de mayor edad fue Hermosinda Castro, a punto de cumplir 77 años. Esta mujer natural de la parroquia de Santiago de Ribarteme viajó desde Argentina para cumplir su promesa con Santa Marta. "Padezco cirrosis hepática a causa de tanto medicamento que me han suministrado", explicó justo antes de repetir la experiencia vivida en 1981, cuando ya se introdujo en un ataúd para agradecer la intercesión de Santa Marta tras sufrir una infección después de una operación.

Finalmente salieron seis ataúdes para recorrer un trayecto de 600 metros, aunque inicialmente estaba previsto que desfilaran siete. El séptimo estuvo preparado hasta último momento, sin embargo, la persona ofrecida no pudo finalmente acudir al encontrarse delicada de salud por estar recibiendo tratamiento de quimioterapia. A los devotos que se introdujeron en ataúdes, se sumaron también muchos otros que optaron por cumplir sus ofrendas llevando puesta una mortaja o realizando la procesión descalzos. A diferencia de en años anteriores, los romeros no cantaron durante toda la procesión. Delicados de salud y sin relevo generacional, reservaron sus voces para la despedida. "Cuando cantan es lo más emotivo de la procesión, a mí es lo que más me gusta, es una pena que se pierda" opinó Marta Domínguez, la sacristana que se encarga de la organización de la romería desde hace once años por tradición familiar.

Paralelamente a la devoción y espiritualidad que muchos de los asistentes sienten, decenas de personas acudieron también por su atractivo turístico para contemplar la espectacularidad de esta celebración religiosa que convierte en cotidiano un símbolo tan vinculado a la muerte como es un ataúd.