Hoy se cumplen 10 años del comienzo de la modernización de la monarquía española, un proceso en el que la institución sigue inmersa. Y la impulsora de esta tarea fue la infanta Elena, quien el 13 de noviembre de 2007 se plantó y dijo públicamente "ya no puedo más", con todo lo que eso conllevaba en su familia, no una cualquiera, sino la Familia Real. Si su hermano se había casado en 2004 con una divorciada, en este caso la divorciada sería ella: toda una infanta de España.

Así llegó lo que entonces se acordó en llamar "cese temporal de la convivencia matrimonial" entre la primogénita de los Reyes Juan Carlos y Sofía y su marido, el aristócrata Jaime de Marichalar. Quedó demostrado con el paso del tiempo que lo de "temporal" era un añadido para suavizar el impacto que tendría en la sociedad española el hecho de que una infanta de España (católica, apostólica y romana) decidiera poner fin a su matrimonio de hacía poco más de doce años.

El cese no fue temporal y acabó en divorcio. Ambos lo firmaron el 15 de diciembre de 2009. El impacto y el escándalo entre los españoles tampoco fue para tanto, porque bien entrado el siglo XXI estaba más que asumido que cuando dos personas dejan de quererse y de soportarse, más vale que pongan tierra de por medio.

El tiempo ha puesto las cosas en su sitio y ha dado la razón a la infanta Elena, quien con 53 años se exhibe feliz, relajada y con una única preocupación: el bienestar y la educación de los dos hijos que tuvo con Marichalar, Froilán y Victoria Federica, de 19 y 17 años.

Los cronistas que estos días se han referido al décimo aniversario de la separación -que en su día no fue para nada amistosa- aseguran que la hermana mayor del rey Felipe VI no ha rehecho su vida sentimental. Eso parece, aunque a punto estuvo de volver con su gran amor de juventud, el jinete Luis Astolfi, con el que se deja ver de vez en cuando. Y tampoco la ha rehecho Jaime de Marichalar (54 años), entregado también a los hijos y a una vida cada vez más discreta.