El príncipe Enrique de Dinamarca, un aristócrata francés amante del vino y de la poesía, que se casó con la reina Margarita II pero que nunca colmó su anhelo de llevar la corona, murió en la noche del pasado martes a los 83 años en el castillo de Fredensborg, residencia oficial situada a unos 40 kilómetros al norte de la capital danesa. La casa real precisó que en el momento de su muerte estaba acompañado de su mujer y de sus dos hijos.

El príncipe había sido trasladado a su casa el propio martes para "vivir sus últimos momentos", indicó el palacio. La casa real danesa había anunciado en septiembre que el príncipe consorte sufría "demencia". Hace dos semanas fue diagnosticado de un tumor pulmonar benigno y además precisó de ser hospitalizado por una enfermedad que contrajo durante un viaje a Egipto. El 9 de febrero, su hijo, el heredero, interrumpió su viaje a Corea del Sur con motivo de los Juegos Olímpicos para regresar al lado de su padre.

Nacido el 11 de junio de 1934 en Talence, cerca de Burdeos (suroeste de Francia), Henri Marie Jean André de Laborde de Monpezat se casó en junio de 1967 con la heredera del trono de Dinamarca, Margarita, que fue coronada en enero de 1972. Desde el 1 de enero de 2016, el príncipe estaba oficialmente jubilado, liberado de las obligaciones que cumplía con mayor o menor entusiasmo según su humor, marcado por el hastío de nunca haber obtenido el título de rey.

Tras una vida marcada por la polémica, el príncipe Enrique hizo saber públicamente en 2017 que no quería ser enterrado junto a su esposa en la necrópolis real de la catedral de Roskilde, tradición en las parejas reales.

Al no obtener el título y el papel que siempre anheló, argumentaba que no había sido tratado como su igual en vida y que, por tanto, no deseaba serlo en la muerte.

Henri de Laborde de Monpezat pasó sus primeros años en Indochina, donde su padre administraba las plantaciones familiares. La guerra les expulsó definitivamente de Vietnam, aunque Henri volvió posteriormente a Hanói para pasar su examen de Bachillerato. Tras estudiar Ciencias Políticas, vietnamita y chino, abrazó la carrera diplomática. Tenía un puesto en Londres cuando conoció a Margarita.

Al casarse con ella, cambió de nombre, renunció a su nacionalidad francesa para convertirse en danés y cambió su fe católica por el protestantismo. Pero sobre todo se resignó, a regañadientes, a caminar tras los pasos de Margarita, adorada por sus súbditos.

"Acepto jugar el juego. Pero es muy duro para un hombre no ser considerado en el mismo plano que su esposa", reconoce en sus memorias, El destino obliga, publicadas en 1997.

Más duro aún cuando el francés amante de las rimas, del vino y de la buena mesa, encarnación de la arrogancia meridional en tierra luterana, tardó en hacerse aceptar. "Todo lo que hacía era criticado. Mi danés era flojo. Prefería el vino a la cerveza, los calcetines de seda a los de lana, los Citroën a los Volvo, el tenis al fútbol. Era diferente", reconocía.

En 1984, doce años después de la llegada al trono de su esposa, obtuvo su propia asignación, deducida de la partida presupuestaria de la reina. Unos trece años después reemplazó por primera vez a la soberana, enferma, durante una visita a Groenlandia. "¡Estaba en primera línea! Ya no era la sombra, el segundo, la silueta, el payaso, el perro faldero!", ironizó después.

En 2002, un nuevo drama: la reina Margarita, aquejada de una gripe, le pidió al príncipe heredero, Federico, que la sustituyera para la lectura del mensaje de Año Nuevo. El príncipe consorte abandonó Copenhague furioso para refugiarse en el Castillo de Cayx, su propiedad vitivinícola en Francia. Enrique, que también es escultor, publicó varios libros de poemas, algunos de ellos ilustrados por la propia Margarita, artista respetada.