Emilio Aragón trabaja en uno de esos edificios de la parte más tranquila de Madrid, de fachada muy estrecha, pero que ocultan en su interior un imprevisto microcosmos. Por amplias estancias de aspecto urbano y decoración minimalista, alegradas por enormes ventanales abiertos a una naturaleza inesperada, pasea sus 57 años -"y algún achaque que tengo; no olvidemos que soy abuelo", recuerda- el hombre que revolucionó la ficción televisiva en el país hace más de dos décadas, cuando la creación de la empresa Globomedia y el alcance de Médico de familia marcaron el camino de todo lo que, en materia de series, habría de venir después.

Ahora prepara su vuelta, próximamente, como director de la serie Pulsaciones, uno de los estrenos televisivos más esperados. Protagonizado por Pablo Derqui y Leonor Watling, se trata de un thriller con toque fantástico en el que un médico que ha salvado la vida mediante un trasplante comienza a tener recuerdos del anterior dueño del corazón que porta, como si el órgano tuviese memoria. Para esta nueva aventura, Aragón confiesa haber tenido que "resetearse a sí mismo". No es la primera vez.

"Ese reinicio es como dar un paso atrás para poder saltar adelante, y te llena de energía positiva. Ya lo hice a mediados de los ochenta, después del estreno de una película con Ana Obregón, que me habían ofrecido a resultas del éxito de Ni en vivo ni en directo, que fue el programa que me dio popularidad. Tras la experiencia, para la que no estaba preparado, supe lo que no quería repetir".

De hecho, no volvió a ponerse ante las cámaras hasta diez años después, cuando el doctor Nacho Martín, al frente de aquel icónico centro de salud y de aquella familia de andar por casa, le convirtió en imprescindible en la historia de la televisión en España. En ese periodo escribió, planificó y lo que hizo falta con tal de satisfacer un deseo de saber prácticamente insaciable. "Sí, creo que soy curioso incluso de más. He sido muy consciente de querer llegar a los setenta habiendo probado todo aquello por lo que he tenido interés". De los platós a los estudios de radio. De los entarimados donde se presentó como vocalista hasta el podio desde el que dirigir una orquesta. De un lado a otro.

"Mi padre me llevaba a bolos con él, a veces un teatro, a veces una plaza de toros... No permitía que nos acomodáramos, odiaba la indolencia"

¿Esa curiosidad es una bendición que puede ser maldición?

Sí, pero me ha hecho muy feliz. Hubo una época en que dormía cuatro o cinco horas y me despertaba de madrugada pensado que era un insatisfecho estructural que intenta abarcarlo todo y mejorar los trabajos continuamente. En algún momento hay que parar. Pero eso es normal en la familia Aragón.

Las referencias a su padre, Emilio Aragón sénior, Miliki, son recurrentes. Aunque falleció hace casi cinco años, su recuerdo acompaña al hijo en su ir y venir diario. "Él estaba siempre en modo creativo, y los que me conocen saben que cuando yo no estoy así es que algo me pasa. Por eso, cuando lo que tengo delante es tan sólo una hoja en blanco, siento que estoy viviendo el mejor de los momentos; el más apasionante".

El clan de los Aragón, los inolvidables Payasos de la Tele, fue siempre admirable. "Quienes les conocieron sólo tienen para ellos buenas palabras porque han sido un ejemplo de oficio y de talento". Desarrollado, también, de acá para allá. Nacieron aquí, pero en la posguerra tuvieron que coger las maletas con destino a algún lugar de aquel inquietante extranjero de entonces, a buscarse las lentejas.

"Hubo una época en que dormía cuatro o cinco horas, quería abarcarlo todo y mejorar los trabajos continuamente. En algún momento hay que parar"

"La primera vez que pisé España tenía 13 años y veníamos de Buenos Aires y México. Mis dos hermanas mayores y yo nacimos en La Habana; la ¬pequeña, en Chicago. Estuvimos en Colombia, en México, refugio de los artistas que habían salido de España. Vivimos en EE.UU., en Puerto Rico, Miami, en Buenos Aires€ La de colegios que recuerdo o debería recordar...".

En aquellos días, soñaba con ser piloto como uno de sus tíos por parte de madre, pero, quizá porque a su padre no le había pasado inadvertida esa inquietud que, al final se ha convertido en el motor de su vida, los viernes tocaban actividades extraescolares muy peculiares. "Me llevaba a hacer bolos con él, a veces en un teatro, a veces en una plaza de toros. Cogíamos un 1430 que teníamos, o un 124, que eran los coches de la época, y a hacer kilómetros. Todo eso acabó calando, y se impusieron la genética y la convivencia con los que fueron a la vez mi familia y mis maestros".

Se emociona hasta perder las palabras, recordando como su padre les hacía cantar a todos los hermanos, en el coche, aquellas tonadas que luego formarían parte de la banda sonora de la infancia de varias generaciones. "Y cuando tuve mi primer piano, me decía: ´Tiene que estar sonando siempre; lo quiero escuchar todo el día´. No permitía que nos acomodáramos; odiaba la indolencia. Gracias eso valoro lo que mi oficio tiene de aprendizaje, que te puede llevar a la maestría". Hasta quiso ser pintor, "sin tener ninguna aptitud para ello, y soy malo con el pincel, pero me dieron unas clases y hago mis garabatos". Para comunicar, en cambio, sí se reconoce a sí mismo, con todas las salvedades que despliega sobre la mesa, "un cierto talento".

En este momento tan peliagudo, ¿se entendería bien la frase que le hizo popular: "Yo soy Emilio Aragón y usted no lo es"?

La coletilla de Ni en vivo ni en directo, es verdad. No, no creo que se entendiera hoy igual que entonces, porque parecería soberbia, cuando era una broma. En estos días todo molesta y se malinterpreta. Todo el mundo te exige que seas de un color u otro, y yo me resisto. Simplemente porque creo que hay algo más importante que todo eso. Cuando la política se convierte en el eje de una sociedad, es que algo no funciona.

"El éxito lo viví sin que me subiera a la cabeza. Con el ejemplo de mi padre al lado no podía ser de otra manera. Se cumplieron muchos sueños, pero acabé con la sensación de estar maniatado"

Lo ha podido comprobar en un reciente viaje a Estados Unidos, "que es un país dividido ahora mismo gracias a Donald Trump, un tipo que parece sacado de una mala comedia. Me pone los pelos de punta, como a tanta gente. Me asquea lo que pretende. Es como si todo fuera para atrás".

No es el Aragón de la frase ingeniosa y la sonrisa amable; el que es fácil de reconocer, el que habla. El que enhebra sus reflexiones sobre las aristas del momento actual, sobre la crispación y quienes la acompañan: la desconfianza y la decepción. "Los europeos no hemos estado a la altura en el tema de los refugiados. ¡Con lo que se ha visto por televisión! Cosas como esas son las que van generando desencanto y desconfianza que lo resquebrajan todo. Si no fuera por los jóvenes€".

Padre de tres hijos, entre los veinte y los treinta, los conoce bien; tanto a ellos como a su entorno. "Y son muchos los que logran zafarse de todo eso y que están dispuestos a ganar muy poco, pero a trabajar en temas relacionados con ayuda social. Su sensibilización es una buena noticia. Nos dan esperanza, y eso que son un colectivo especialmente castigado".

Nada que ver con aquellos de los ochenta y noventa que tenían como modelo a Gordon Gekko, el tiburón que interpretó Michael Douglas en la película Wall Street. "Entonces la ambición era ganar dinero, y cuanto más, mejor. Era el objetivo. Ahora ya sabemos todos que no nos podemos poner más de diez camisas a la semana y seguramente sobran tres". Igualmente había escándalos; con frecuencia, la corrupción era noticia de portada, pero, en su opinión, no llegaban a todo el mundo. "Es lo que marca la diferencia. Cada móvil es un canal continuo e instantáneo de información, y las redes nos tienen en permanente contacto", comenta mientras, quizá sintiéndose algo culpable, a causa de un pitido insolente procedente de su móvil, lo apaga sin miramientos.

"Me he sentido envidiado y juzgado. Estamos expuestos al juicio, es algo inherente a la profesión. Me hizo daño, somos de carne y hueso, ya no"

La juventud de Emilio Aragón se desarrolló en otros territorios. Siendo casi adolescente, en la arena de aquel circo de TVE, con el sobrenombre de Milikito; después, en el plató de Vip noche o de El juego de la oca o en el estudio de grabación de sus tres álbumes -inolvidable la problemática de Paloma que decían que era de goma-, que fueron millonarios en ventas. "Es verdad. También he sido cantante pop", comenta riendo. "Claramente estaba en otra muy diferente a la que viven los chavales de hoy. No creo que hubiese sido tan lógico o tan práctico como para ser capaz de reconducir la vida por otros caminos si hubiese sido necesario y no hubiera podido desarrollarme en mi profesión. Pero no fue así. He tenido muy buenos momentos, aunque muy duros. Tenía 34 o 35 años cuando creamos Globomedia y empezó a gestarse Médico de familia€

¿Cómo vivió la borrachera del éxito?

Sin que se me subiera a la cabeza. Con el ejemplo de mi padre al lado no podía ser de otro modo. Se cumplieron muchos sueños, pero acabé con la sensación de estar maniatado. Tenía nuevas inquietudes, pero no quería bajarme en marcha cuando estaba en pleno triunfo. No veía a la familia; quería pasar más tiempo con ella€ Por eso un día de 1998, que nunca olvidaré, paré el coche en el arcén, consciente de que necesitaba salir del ruido en el que vivía, y tomé la decisión. Los cogí a todos y nos fuimos a vivir a Estados Unidos. Y pude volver a leer, a estudiar y a estar con mi gente en un lugar donde nadie supiese quien era.

Curiosamente y a diferencia de tantos y tantos otros, fue "el hombre del momento", pero sin leyenda negra. Sin escándalos, nocturnidades ni alevosías, porque, según explica entre risas, no tuvo tiempo material para fomentarla. "Imposible, aunque hubiera querido. Era una locura. A veces trabajaba en dos platós a la vez y tenía conciertos durante el fin de semana. A veces tenía conciertos los fines de semana que ni sabía dónde me hallaba. Menos mal que una vez que dije ´Buenas noches, Aranjuez´ y estaba en otro sitio se lo tomaron a broma€".

¿Se sintió envidiado?

Sí. Y juzgado. Estamos expuestos al juicio; es algo inherente a la profesión. Va en el contrato. Me hizo daño, porque somos de carne y hueso, pero ya no. Tengo 57 años. Ahora, depende de donde venga el comentario puede fastidiar o no. Decía el director de orquesta André Previn que con leer las primeras tres líneas de una crítica, ya sabía si tenía que cerrar el periódico y no ver más. Los especialistas tenían muchos prejuicios contra él porque venía del mundo del jazz.

"Mis prioridades han cambiado desde que soy abuelo. Salgo del trabajo con la ilusión de ver al nieto y de hacer con él cosas que no pude hacer con mis hijos"

Esos prejuicios emborronaron un tanto su debut como cineasta con la película Pájaros de papel, por la que consiguió una candidatura a los Goya como director novel, que logró una importante presencia en festivales internacionales -ganó en Montreal-, pero no tuvo la repercusión en taquilla que se esperaba. "Igual alguien pensó ´y además querrá ser director de cine´, como existe esa manía de querer etiquetarlo todo€".

La realidad, y así lo reflejaron numerosas críticas, es que su objetivo de realizar un homenaje a aquellos cómicos que, contra viento y marea, llevaron su arte y su oficio por esos caminos, aun en medio de una guerra civil, quedó cumplido. "Encontré gente excepcional y generosa. A Cristina Marcos le pedí el favor de que hiciera una sola escena y sin texto. Tenía que expresarlo todo sólo a través de la mirada, pero era el momento crucial de la película; el que lo explicaba todo. Y no lo dudó€ Fue mágico€ Ahí está lo maravilloso de esto a lo que me dedico. En la magia. En crear magia€". Y le brillan los ojos. Y se le va la voz. Por segunda vez.

Y, cuando ya no queden más palos que tocar, ¿qué va a ser entonces de Emilio Aragón?

Ya no estoy en ese punto. Ni yo mismo me lo creo, pero así es. Desde que soy abuelo mi vida y mis prioridades han cambiado. Miro las cosas desde otro ángulo. Ahora salgo del trabajo con la ilusión de ver al nieto; hablo con él todos los días. Y, por supuesto, hago con él cosas que no hice o igual no pude hacer con mis propios hijos.