Popular gracias a las comunidades de vecinos de las que ha formado parte en televisión, Isabel Ordaz (Madrid, 1957) se reserva con frecuencia un hueco en la agenda para el teatro, donde se inició, y para el cine, que la recompensó con un Goya por Chevrolet, hace 20 años.

La función 'He nacido para verte sonreír' y el filme 'Todo mujer' son sus últimos trabajos. En ellos ha encarnado a una madre que cuenta mil y una historias a su hijo con problemas mentales, mientras espera a que vengan a buscarle para internarlo y a una enferma terminal que vive su infortunio entre los escombros de una gran mansión. "Son dos rocas, cada una a su manera. La resistencia femenina es diferente a la de los hombres, más física y encaminada a la acción. A ellos les da más pudor el universo de las emociones", dice.

En su dilatada carrera, en la que ha interpretado a "reinas y santas, siempre ina­barcables", ha esquivado los papeles de "mujer florero". "No quiero ni imaginar lo que pasará por la mente de Melania Trump", señala.

Su faceta como poeta puede ser determinante en la que para ella es la gran diferencia: cómo unos y otras se enfrentan a la "palabra". "A las mujeres nos gusta contarnos; narrar nuestra vida. La palabra es importante para todo ser humano, pero nosotras probablemente la utilizamos más en lo cotidiano. Accedemos antes al lenguaje y lo tomamos como un aliado. La mente masculina tiende más a la abstracción y la femenina a la narrativa, a menudo sentimental pero también histórica. En lo que cuenta una mujer siempre hay espacio para la emoción. Eso nos singulariza", explica.

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