Los vestidos de princesa de Elie Saab, los pantalones vaqueros de Martin Margiela, los tejidos ingleses con damasco de Valentino y los jubones de trovadores de Franck Sorbier definieron la penúltima jornada de la alta costura de París.

El modisto libanés Elie Saab derrochó pedrería y "paillettes" en una colección de alta costura otoño-invierno que, bajo el título "Cérémonie royale", "Ceremonia real", recreó el imaginario de las princesas.

El Palais Brongniart, en la plaza de la Bolsa de París, acogió en una estancia rodeada de columnas los "reales" modelos que, según explicaba el comunicado entregado a los asistentes, emulaban con sus colores, rubí, esmeralda o zafiro, las piedras preciosas de una corona.

Los vestidos monocromáticos descendieron largos con cadencia ligera bajo un cinturón fino, se abrieron en la espalda ajustándose en el cuello o arrastraron la cola por el suelo.

La muselina, el tul o el "georgette" reflejaron la seda bajo brocados que se configuraron en forma de flor o en detalles geométricos en las partes destacadas de las prendas.

Los tirantes finos se ensancharon con la fuerza de la gravedad en corpiños de forma sencilla, con escotes en "v" o desaparecieron en vestidos palabra de honor.

Un solo modelo de pantalón tuvo acceso a esta pasarela: fue un mono ancho, gris plateado, con una única manga que salía de un "top" bordado con cristales.

Maison Martin Margiela se atrevió a desfilar en vaqueros en su segunda colección como miembro permanente del club de la alta costura de París, en la que anuló la personalidad de la mujer con máscaras que tapaban toda la cara.

Las botas con espuelas sostuvieron unos primeros "looks" de corte urbano actual, de pantalón con vuelta y abrigo liso, que dieron paso a una explosión de flores, en bordados de inspiración oriental y en reconstrucciones a tamaño real que colgaron del bajo de los chaquetones.

Los quimonos engarzados de pedrería cerraron este desfile, que se celebró cerca del Canal de Saint Martin y que contó con vestidos palabra de honor y guantes largos.

Las notas de "Tubular Bells", de Mike Oldfield, banda sonora de la película "El exorcista" ("The Exorcist"), sumergieron al público que asistió al desfile de Valentino en un ambiente misterioso en una sala decorada con cuernos de ciervo.

El damasco y los tejidos ingleses convivieron en inquietante armonía en unos primeros modelos en tonos cobrizos y tierra que fueron integrando el entorno en forma de bordado.

Varios vestidos se presentaron en cóctel por delante y geométricamente largos por detrás, mientras que las capas y las pieles fueron de reminiscencias medievales, en una colección en la que destacaron los brocados.

Franck Sorbier recreó la Baja Edad Media en los jardines de la Embajada de Suiza, junto a la explanada de los Inválidos, en un desfile para el que se pusieron a la venta plazas que oscilaron entre los 77 y los 193 euros (100,3 y 251 dólares).

Trovadores, juglares, damiselas, caballeros, escuderos, pajes e incluso galgos, se dieron cita en una colección que retomó las flores de la caligrafía de los amanuenses en los brocados y trabajó los cortes de prendas del pasado.

La obra del pintor Pedro Berruguete, de la segunda mitad del siglo XV, inspiró un vestido largo con cuello ascendiente, de corpiño ajustado y pinzas drapeadas en negro con filamentos dorados.

Un abrigo de grandes solapas y mangas tres cuartos en colores apagados por el tiempo y con motivos naturales evocó el universo del flamenco Jan van Eyck.

Dos jubones, en metalizados azul y burdeos, respectivamente, sobre mallas negras rememoraron a los alemanes Alberto Durero y Hans Holbein, en una colección que se desveló al aire libre, bajo nubes amenazantes, y con melodías medievales de fondo.

La firma Viktor and Rolf regresó al calendario de la alta costura, que abandonó en el 2000, con una colección de otoño-invierno que no se salió ni un momento del "total black".

Las modelos vistieron prendas esculturales que el dúo de diseñadores holandeses moldeó con sus propias manos sobre la escena, para presentar una composición armónica.

Las costuras circulares encajaron como un puzzle con el entorno, mientras que sorprendían en la verticalidad por sus formas inusitadas, asimétricas, ajenas al cuerpo y en sintonía con el espacio.

Las capas, de aspecto monacal si no fuera por su corte atípico, los vestidos largos con un apertura lateral y los drapeados aplaudieron la vuelta de Viktor Horsting y Rolf Snoeren.