Lo último que leí en la playa me hizo reflexionar sobre como avanzan los tiempos en la forma de entender la asistencia médica y los parámetros analíticos mediante los cuales se traza esa estrecha línea que separa la salud de la enfermedad.

Si hasta hace poco la práctica médica ampliaba hasta el infinito los límites de la enfermedad que debe ser tratada con fármacos ahora -ya era hora-está reculando. A la luz de nuevas investigaciones médicas hay que admitir que la forma en que se ha tratado con fármacos a determinados pacientes, como consecuencia de una lectura inapropiada de determinadas analíticas, ha sido a menudo establecida de forma pintoresca y arbitraria por los defensores de la ampliación del uso de medicamentos para tratar dolencias que debieran ser tratadas con medidas absolutamente preventivas.

Uno de esos casos es el del colesterol. Y es que algunos médicos sufren tanto exceso de ego, de cargo y de desinformación que se les hace difícil admitir que están equivocados cuando defienden que la terapia farmacológica contra el colesterol debe ser una estrategia ubicua en la prevención de las dolencias cardiacas. Es como si el colesterol fuese el causante de la mayoría de eventos cardiacos. Y no lo es. Dichas investigaciones -propongo, por ejemplo, la del Dr. Dwight Lundell- deberían haber hecho tambalear los conocimientos y las practicas actuales de muchos galenos. Pero no lo hacen. Así mantienen - cosa que está más que desmentida - que interponiendo fármacos y acompañándolos de una dieta baja en grasas se reducirán drásticamente la incidencia, mortalidad y morbilidad de las enfermedades cardiovasculares. Pero esto jamás ha ocurrido como puede constatarse en innumerables investigaciones a lo largo y ancho de este mundo y parte de la Luna conquistada en la que espero no haya playas.

Así hemos asistido a una auténtica bacanal de despropósitos apoyándose en una más que falsa evidencia científica a favor del tratamiento preventivo o complementario de estas enfermedades con antilipemiantes (estatinas sobre todo) y en la utilización reiterada del miedo y de la autoridad testicular como estrategia para imponer determinados y caducos criterios. Se equivocan estos viejos médicos, a veces instalados en sus viejos cargos, cuando tachan esta medida de injusta y de que empeorara la salud y la calidad de vida del ciudadano aumentando a la larga el número de personas enfermas.

Se equivocan algunos políticos cuando en el desarrollo de su labor de oposición se enredan, por motivos relacionados, seguramente, con el oportunismo político, en territorios que desconocen o malinterpretan. Se equivocan ambos al no preguntarse si existen otras teorías o evidencias que expliquen, fuera del aumento del socorrido colesterol, el porqué de tanto infarto, de tanta angina de pecho,de tanta trombosis y tanta embolia.

No, el colesterol parece que no es el principal causante de las dolencias cardiacas. Son los procesos inflamatorios crónicos en los vasos sanguíneos los auténticos causantes de muchas patologías. Inflamación producida en la mayoría de casos por un exceso de toxinas medioambientales (derivados de la combustión de gasolina y gasoil principalmente) y alimentarias. Esto es: a una dieta excesivamente rica en hidratos de carbono y granos refinados (azucares y harinas refinadas); alta en grasas poliinsaturadas (excesivo consumo de alimentos ricos en ácidos grasos omega 6: aceites de girasol, soja, onagra, coco, maíz y borraja); al déficit de consumo de ácidos omega 3 (pescado, sobre todo azul); y finalmente al estrés oxidativo: presencia en el organismo de más radicales libres que antioxidantes. Todo esto, conjunta o separadamente, está detrás de la lesión de los vasos sanguíneos, inflamándolos de manera crónica y causando la mayoría de eventos cardiacos y accidentes cerebrovasculares.

La locura farmacológica esta por todas partes. Seguimos, en definitiva, medicalizando y "farmacotizando" a una ciudadanía que necesita - es mi caso - ir a la playa para darse cuenta de que también en la arena uno puede informarse?