Como consecuencia, la imagen negativa que siempre se tuvo de la madrastra, fomentada por la literatura y el cine-Blancanieves o Cenicienta padecieron a las suyas-, ha ido evolucionando en sentido positivo, afirma Dámaris Muñoz, psicoterapeuta y profesora de la Facultad de Psicología de la Universitat de Barcelona. "Antes, la madrastra era vista como una mujer perversa, con deseos de convertir a los hijos en esclavos o de robarles a su padre.

Afortunadamente, la imagen ha cambiado, y se ha adaptado a los nuevos formatos de familia, porque cada vez son más las parejas con hijos que se separan, que rehacen su vida con otra persona que tienen, a su vez, hijos, y tienen más juntos", comenta la psicóloga. Más allá de la normalización de su rol en la sociedad, las madrastras (y los padrastros) se enfrentan a numerosos retos.

El deseo de reemplazar a la madre (al padre, en el caso de los padrastros) es, según los expertos, el principal error que se comete. "La mujer -comenta Dámaris Muñoz-, que se convierte en madrastra y no tiene hijos propios puede caer en la tentación de ejercer el papel de madre, cuando ya existe una. Encontrar el equilibrio es complicado ya que entran en juego muchas variables, tanto individuales (el deseo de maternidad, el nivel de autoestima, la fortaleza del vínculo con la pareja o las necesidades de reconocimiento, entre otras), como relacionadas con la edad de los hijos o la existencia de conflictos entre el padre y la madre".

Dámaris Muñoz recuerda la importancia de tratar a todos los hijos por igual y de estar atentos a sus sentimientos. "Pueden darse celos entre los niños y más si son de edades próximas. Los pequeños suelen sentirse inseguros y llegan a pensar que el vínculo con su padre o con su madre puede ponerse en peligro", afirma. Y subraya que "no se debe caer en la permisividad, tratando de contentar tanto al hijo propio, como al hijastro".