Una excesiva empatía emocional impide a los niños con autismo comunicarse con el mundo, según un estudio de investigadores del hospital valenciano La Fe que supone un cambio de paradigma a la hora de entender este trastorno, ya que antepone las emociones a la conducta.

El Grupo de Investigación de Perinatología del Instituto de Investigación Sanitaria de La Fe evaluó la reacción de niños con y sin trastorno del espectro autista ante expresiones faciales de diferentes emociones y ha concluido que el autismo no se caracteriza por falta de empatía, sino por un exceso de sensibilidad hacia las emociones de los demás.

Con los datos y experiencias analizados en la investigación, se llega a la conclusión de que el retraimiento y el ensimismamiento de los niños con autismo sería su manera de protegerse ante un entorno emocionalmente abrumador.

Según han explicado a EFE fuentes de La Fe, esta postura dignifica los trastornos del espectro del autista (TEA), cuyo Día Mundial se celebra este domingo, ya que estarían caracterizados por un exceso de sensibilidad hacia las emociones y no por un defecto.

Los trastornos del espectro autista son considerados alteraciones del neurodesarrollo que pueden provocar problemas de interacción social, comunicacionales y conductuales significativos; hasta ahora, se ha tratado de modificar las conductas sociales atípicas de los niños con autismo, cuyo origen creían que era falta de empatía.

Este estudio, sin embargo, demuestra lo contrario: que los niños con autismo tienen una excesiva empatía cuando atienden las emociones de los demás y es, precisamente, esta vivencia abrumadora lo que les lleva al retraimiento y les impide comunicarse.

Un estudio revelador

La autora del artículo 'Deficiencias comunicacionales y la evitación de caras enfadadas en niños con desorden de espectro autista' ('Communication deficits and avoidance of angry faces in children with autism spectrum disorder') es la doctora en Psicología Clínica Ana García-Blanco, y ha sido publicado en la revista científica 'Research in Developmental Disabilities'.

Junto con el equipo del Grupo de Investigación de Perinatología y del servicio de Psiquiatría de La Fe, García-Blanco evaluó a 30 niños y niñas con TEA, de entre 6 y 18 años, y a otros 30 sin el trastorno.

Mediante una tarea informatizada, a todos ellos se les presentaron expresiones de cara de tristeza, alegría, enfado y neutras y se evaluó el modo en el que atendían a estos rostros.

Las tareas informatizadas permiten cuantificar las preferencias atencionales de forma indirecta, algo relevante para los niños autistas, ya que no es necesario que verbalicen ninguna información personal, opinión o valoración, sino solo responder a determinados estímulos cuidadosamente seleccionados para activar las preferencias atencionales específicas en su problema.

De esta manera se evalúa la precisión y la velocidad en la respuesta, así como la conducta ocular y otras medidas fisiológicas obtenidas durante la realización de la tarea.

Los resultados mostraron que los rostros con carga emocional captaban la atención de todos los niños, independientemente de si presentaban un TEA o no.

Sin embargo, cuando los niños autistas eran capaces de ejercer control sobre su atención, preferían evitar los rostros enfadados porque les generaban gran malestar, lo que se asoció con los problemas de comunicación social que presentan estos niños.

Las emociones captan la atención de los niños con TEA de manera similar a los niños sin el trastorno pero, tan pronto como identifican una emoción estresante, los autistas tienden a evitarla para calmar el malestar que sienten.

Estas peculiaridades a la hora de atender y procesar las emociones podrían ser un mecanismo subyacente a los problemas de comunicación social que presentan estos niños y contradicen la tesis habitual que considera que la conducta y los problemas cognitivos son el obstáculo que dificulta su comunicación.