Entre los 6 y 12 años, el niño ve y repite comportamientos y su principal deseo es agradar a sus padres pero a partir de los 12 años despega su autonomía intelectual y los adolescentes suelen preguntarse ¿por qué tengo que hacer lo que dicen mis padres? Empiezan a cuestionar las órdenes y comienza el enfrentamiento entre padres e hijos.

Cómo educar a un hijo en su adolescencia

Según explica a Infosalus J. Amador Delgado, orientador educativo y autor de 'Mi hijo no estudia, no ayuda, no obedece' (Pirámide2015), esta rebeldía forma parte del choque hormonal por el que atraviesan los menores de forma tan brusca. Descontrol, falta de concentración o el continuo movimiento forman parte de esta etapa que suele coger desprevenidos a padres e hijos y que se deriva de una activación hormonal difícil de controlar.

Malas palabras, reproches y frustación

"El reproche nace de la frustración, el padre no consigue que el hijo obedezca y al inicio se pasa de la amenaza (castigo) que no suele tener un efecto prolongado al chantaje emocional, en la forma del reproche. Ya no se carga contra la conducta, contra lo que se ha hecho mal, sino que el ataque va a la persona por ello tiene una fuerza y efecto demoledores. Se pasa de un conflicto derivado de una conducta a un conflicto interpersonal", explica el autor.

El hijo se siente herido ya que los reproches están muy vinculados a temas familiares y se genera un ambiente de hostilidad que nos lleva a conductas ancestrales impresas en el código genético: pelear o huir. "Si peleamos reprochamos también. Si huimos, actuamos de forma pasiva, callamos y al final la madre o el padre se cansa y deja al hijo por perdido", comenta Amador.

El reproche da lugar a una discusión estéril que sólo consigue que las personas se distancien. Cuando un padre dice "No me escucha, no quiere saber nada", no tiene en cuenta que antes se ha formado una distancia personal entre ambos porque se ha entrado en el terreno personal del hijo, que se encierra en sí mismo. "Hay que volver a ganarse emocionalmente al niño", afirma el orientador.

Alternativas al reproche y efecto 'pigmalión'

Amador Delgado apunta que en la relación que se ha establecido con un hijo, si autoritaria ('doy una orden y la cumples') o permisiva ('haz lo que quieras') hay un punto medio: hablar, dialogar y dedicarle tiempo. "No vale estar en la misma habitación, a la hora de comer hay que contar las experiencias, emociones, dialogar sobre la mesa. Si a esa hora del día la familia se reúne es difícil que surjan reproches, todo se pone sobre la mesa y se escucha", comenta el autor.

Tenemos miles de pensamientos por segundo y un 80% de ellos son negativos. El ser humano tiene una tendencia a detenerse en lo negativo y deficitario. "Lo contrario es ejercer el efecto pigmalión, potenciar en los niños lo que hacen bien, que son la mayoría de las cosas y corregir lo que hacen mal", señala Amador. Es el efecto de las expectativas de los padres que se cumplen al 100% porque el niño trata también de cumplir con estas expectativas. "Por ello, hay que centrar la atención en lo positivo, fortalecer la autoestima, la personalidad es una forma de enfrentarse al mundo".

"Hay que decidir si queremos dirigir o guiar al niño. Si le guías estás acompañando al niño, según sus debilidades y fortalezas, según lo que él es. Los tiempos actuales no piden niños dirigidos sino niños flexibles, que sepan trabajar en equipo. Lo que nos enseñaron nuestros padres no sirve para los padres actuales", apunta el autor.

Para Amador Delgado, lo más importante finalmente es emplear todo el cariño del mundo y el sentido común, alejarse del autoritarismo y dejar que la empatía abra el camino a relaciones afectivas entre padres e hijos con una mejor comunicación.