Galicia ha pasado un año entre ondas (epidémicas) que vienen y van, aunque solo a la cuarta, en la pasada primavera, cabría llamarla ondiña por su levedad. La comunidad, que había salvado el primer año de la pandemia con unas cifras relativamente bajas en comparación al resto de los territorios, comenzó 2021 con un trimestre trágico en el que murieron con coronavirus 932 personas. Esa nefasta tercera ola, que impactó con especial crudeza en el área sanitaria de A Coruña y Cee impulsada por las fiestas navideñas, es el principal motivo por el que 2021 ha sido prácticamente igual de trágico en la autonomía gallega que 2020 en cuanto a mortalidad: en ambos se han notificado alrededor de 1.400 decesos. Ese ha sido el aspecto más negativo. En lo positivo, un proceso de vacunación que comenzó prácticamente con el año natural y en el que Galicia, como un campeón dominador, no ha abandonado el liderato en ninguna jornada.

En su discurso de Fin de Año de 2020, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez, Feijóo, advirtió contra el error de pensar que la mayor crisis global de salud pública en más de un siglo terminaría simplemente con la llegada de la vacuna. El tiempo le ha dado, desgraciadamente, la razón.

El año empezó con un empeoramiento de los indicadores y la amenaza de la variante inglesa, luego llamada alfa, más contagiosa, y que comenzaba a detectarse en España. Casi un calco de lo que llevamos viviendo desde hace unas semanas con ómicron. Y de igual forma cerramos 2021 con restricciones en la hostelería y protestas del sector, igual que empezó el año.

Lo ocurrido a principios del pasado año, una explosión de contagios tras la Navidad y Fin de Año, que obligó a endurecer las restricciones, es un aviso para estas fechas. Galicia notificaba el 9 de enero 914 casos en 24 horas, el máximo hasta entonces. Como en casi todas las olas, el contagio entre jóvenes doblaba a principios de enero al de los mayores de 65 años, y luego se trasladó a la población vulnerable. El 25 de enero, la escalada de contagios obligó a limitar las reuniones a convivientes y a cerrar comercio y hostelería a las 18.00 horas. El pico de casos activos no se alcanzaría hasta el 30 de enero. La saturación hospitalaria obligaba a trasladar enfermos entre áreas sanitarias.

El 21 de febrero arrancaba la vacunación de 200.000 gallegos mayores de 80 años y se avanzaba en la desescalada, aliviando la hostelería y eliminando cierres perimetrales.

La comunidad vivió una primavera relativamente tranquila, con una cuarta ola que para no pocos epidemiólogos no merece ni siquiera tal consideración. Esa “olita”, como la definiría Fernando Simón, apenas rebasó los 3.100 casos activos en toda Galicia a comienzos de mayo, cuando concluyó el segundo estado de alarma.

Ya se acariciaba la nueva normalidad cuando los contagios empezaron a incrementarse justo al inicio de la estación veraniega, igual que había ocurrido un año antes. Sin embargo, la curva de esta quinta ola iba a ser mucho más empinada que la segunda. El verano empezaba en Galicia con más de un millón de personas vacunadas, pero quedaban sin inmunizar los jóvenes, a los que pronto se señaló como impulsores del brusco incremento de transmisión. Los viajes de fin de curso estaban detrás de multitud de brotes en las comunidades mediterráneas que pronto se diseminaron por toda España. El 25 de junio, el macrobrote de Mallorca dejaba infecciones en alumnos de Vigo, Pontevedra, Lugo y Ourense. Además de estos eventos de supercontagio se apuntaba ya la influencia de la variante delta, cuya mayor transmisibilidad respecto a la variante anteriormente dominante, alfa, se estimó luego en un 40%-60%. Dos días después de San Xoan dejó de ser obligatorio llevar mascarillas en el exterior. “Las mascarillas dejan paso a las sonrisas”, dijo Carolina Darias, aunque muchos gallegos siguieron poniéndoselas. Se criticó el tono triunfalista de la ministra cuando comenzaba una nueva explosión de casos, que devolvía las restricciones a algunos concellos, mientras el ocio nocturno regresaba a medio gas. Pocos días después la Xunta decretó que habría que presentar certificado de vacunación o PCR negativa para entrar en las discotecas, aunque las nuevas restricciones no contemplaban cierres perimetrales ni toques de queda.

La quinta ola fue abundante en casos pero mucho más leve en cuanto a fallecimientos gracias a las vacunas. En los tres meses de verano fallecieron en Galicia por COVID 197 personas, menos de la cuarta parte que en enero y febrero. Más del 87% de la población total gallega está vacunada, lo que resta dramatismo a los máximos de casos que se están registrando en esta sexta ola, pero no permite que nos relajemos ni pensemos que el final de la pandemia.