La foto fija con la que el Deportivo despide 2021, en la que Riazor ruge ilusionado con su equipo líder, es muy diferente a la instantánea que golpeó una y otra vez su conciencia y su historia al cierre del ya lejano 2020. Doce meses, una vida entera para el deportivismo. Entonces aquel 1-2 ante el Celta B se había convertido en su primera derrota de la temporada, pero fue un batacazo del tal calibre y sonrojo ante el filial de su gran rival que tumbó a Fernando Vázquez y a todo aquel proyecto y, de paso, enfrentó al Dépor con sus miserias. Las de un club, golpeado por los ecos del caso Fuenlabrada, que no supo asumir ni su realidad ni su categoría, que por primera vez en su historia no salía a la primera del tercer escalón nacional y que se había gastado lo que no tenía y más (11,4 millones en pérdidas) en jugadores de vuelta de todo y a años luz de lo que exigía la Segunda B.

Nada tenía una lógica entonces y el paso de Abanca, máximo accionista con cerca de un 80% del capital social tras la caída del club y el adiós al capitalismo popular de 1992, fue hacer al Dépor realmente suyo. El consejo de transición presidido por Fernando Vidal y con Juan Carlos Rodríguez Cebrián en la sombra daba paso a un equipo ejecutivo al estilo de los de muchas empresas, con Antonio Couceiro a la cabeza. Ya el hecho de haber forzado la salida de Diego Rolan y haber cerrado el grifo de los fichajes en enero con la posterior promoción de Villares y Rayco era un aviso de lo que estaba por venir y que se consumó en los días posteriores al 31. Desembarcó el 9 de febrero el exconselleiro y expresidente del Puerto de A Coruña con un grupo directivo en el que ganaba peso David Villasuso y en el que, a pesar de no salir de inmediato, quedaba muy limitado en sus quehaceres el director deportivo Richard Barral.

Los siguientes meses, ya con De la Barrera en el banquillo, no sirvieron para detener el viaje a las catacumbas en el que estaba instalado el equipo y la entidad. El Compostela, con un Riazor casi vacío y desolado, se paseaba por A Coruña. No había freno para un club que cada semana profundizaba en su desplome y que se enfrentaba incluso a una triple caída a la quinta división en una temporada de reorganización del fútbol español. El reseteo al que sometió el técnico coruñés a su vestuario tardó en cuajar, pero llegó y se consumó, sobre todo, en el 0-3 en Barreiro ante el Celta B. El filial abrió la brecha y el filial la cerró. Por el medio, un calvario de difícil asimilación para unos seguidores que no eran capaces de creerse lo que estaba pasando.

Rui Costa y Borges se lamentan ante el Celta B en 2020. | Víctor Echave VICTOR ECHAVE

Poco a poco, como un enfermo débil, se fue recuperando, incluso volvió a soñar con el ascenso a Segunda en plena remontada. Se quedó a las puertas, pero sostuvo una última lucha de máximo nivel con Racing de Ferrol y Numancia por quedarse en una Primera Federación a estrenar. Lo logró con una jornada de antelación. No dejó de ser un fracaso esa conquista, pero más de uno respiraba y sentía que el Deportivo había esquivado una bala de las que podían haberle dejado herido de muerte.

Cuando parecía que el Dépor empezaba a bajar revoluciones a su entorno y que daba pasos seguros pero firmes, llegó un nuevo sobresalto en verano. La salida de Richard Barral acabó aupando a Carlos Rosende como secretario técnico y nueva cabeza visible del departamento de fichajes y planificación. Su falta de experiencia en estas lides al máximo nivel hacía que, de paso, saliese reforzada la figura de Rubén de la Barrera. El propio Couceiro lo había colocado como pieza central en esta nueva andadura, pero unos coqueteos del técnico con Las Palmas y sus dilaciones para renovar hicieron que el Dépor cortase por lo sano. Tras un largo casting, llegó Borja Jiménez con dos subidas en su currículum.

Los fichajes se sucedían uno tras otro. De futbolistas de Segunda, muchos de Segunda B, que poco le decían a la afición pero que estaban ajustados a la categoría y que parecían contar con margen de mejora. Más futuro que pasado. La ilusión de las caras nuevas que llegaban a Abegondo contrastaba con el resto de futbolistas amenazados por un ERE que sobrevoló el vestuario y que afectó a once jugadores con 8,7 millones en sueldos comprometidos hasta 2024 que acabaron dejando el club. Adiós a Borges, Beauvue o Keko. Llegaba la era de Mackay, Quiles, Juergen o el renacido Miku, de los pocos eslabones de la anterior etapa que sobrevive y que ha emergido como un futbolista recuperado para la causa. Su último gol aún retumba en A Coruña. Ahora el Dépor, más sereno, con estos nuevos mimbres y el florecimiento de Abegondo, despide líder 2021 con el anhelo de no desviarse del camino que le devuelva a Segunda.