[endif]Todos los antecedentes de Alfonso Molina hacían pensar que estaba predestinado para ocupar grandes responsabilidades en su ciudad natal. Procedía de una de las mejores familias coruñesas, su abuelo había sido alcalde y su padre fue uno de los impulsores del puerto a comienzos del siglo XX. Sus estudios no hicieron más que confirmar los pronósticos, ya que licenció como ingeniero de Caminos y se especializó en Urbanización. En 1934 obtuvo la plaza de ingeniero director de vías y obras de la Diputación. Una vez iniciada la Guerra Civil, Molina fue nombrado presiente de la Cámara de la Propiedad de A Coruña y ya en 1938 fue designado concejal del Ayuntamiento, cargo que ocupó hasta el año 1944. Tres años más tarde, Alfonso Molina fue nombrado alcalde, puesto que no abandonaría hasta su fallecimiento. Su labor durante sos once años de mandato tiene tantos defensores como detractores, pues hay quien alaba sus numerosas realizaciones y quien destaca los cuantiosos dispendios que se realizaron en aquellos años, que dejaron exhaustas las arcas locales. Molina reformó los Cantones y el andén de Riazor-Orzán, convirtió en hospital municipal la Clínica Labaca, inició la Ciudad Escolar y trazó la avenida de Lavedra, que después llevó su nombre. Alfonso Molina se caracterizó por su carácter abierto y festivo, que le granjeó una enorme popularidad entre los coruñeses. Su impuntualidad fue legendaria y su afición a la vida nocturna le llevó a celebrar actos públicos y oficiales a altas horas de la madrugada. Su muerte se produjo durante un viaje a Río de Janeiro, el 25 de noviembre de 1958. La llegada del cadáver a la ciudad supuso un acontecimiento y unas 100.000 personas acompañaron al cortejo fúnebre desde el Ayuntamiento hasta el cementerio. Desde aquel mismo día Lavedra pasó a llamarse Alfonso Molina, un alcalde que figura entre los más destacados de la historia local. / J. M. G.