Durante el siglo XX, la población mundial se multiplicó de 1.200 millones de personas a casi 6.000 millones. En la actualidad, ya son cerca de 7.600 millones.

En un sistema global basado en el crecimiento demográfico para mantener el hiperconsumo y asegurar las pensiones para las personas que no pueden trabajar, cada año la población aumenta alrededor de 80 millones de personas cuyo consumo y huella ambiental son responsables de la contaminación, el agotamiento de recursos y el crecimiento sin planificación de las ciudades. Todos ellos son fenómenos responsables de la actual emergencia planetaria. "Nos enfrentamos a una situación que nunca habíamos vivido antes. Casi todos los problemas del mundo tienen origen en la actividad humana", explica Amparo Vilches, catedrática de Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales de la Universidad de Valencia y divulgadora de las problemáticas derivadas del crecimiento demográfico.

El crecimiento exponencial de la población tiene distintas causas y consecuencias en función de la región del mundo. "Es mucho más grave la superpoblación de los países ricos que el crecimiento que están experimentando los países en desarrollo", expone Vilches. Los países desarrollados, con un consumo per cápita muy superior, contribuyen a un mayor ritmo de agotamiento de recursos, al auge de la crisis de los residuos y al incremento de fenómenos como la lluvia ácida y el calentamiento global. En cuanto a los países en desarrollo, las causas del rápido aumento de población son múltiples: "Están relacionadas con problemas de salud y con cuestiones de falta de recursos económicos y educativos", puntualiza Vilches.

Es cuestión de derechos

Los problemas que comporta el crecimiento de la población no son solamente ambientales, también son sociales. Además de asegurar la biocapacidad del planeta, para favorecer el cumplimiento de las necesidades básicas y de los derechos humanos, los expertos proponen una transición demográfica hacia la estabilización de la población. Es decir, igualar el número de nacimientos con el número de fallecimientos.

"Es una transición que debe ser serena, en la que veamos que es bueno vivir más y tener una buena calidad de vida", reflexiona Vilches. Para ello es cabal asumir el envejecimiento de la población como una etapa importante de la vida de las personas y dejar de "pelear contra el cambio en la pirámide poblacional", explica Vilches, asumiendo una nueva cultura demográfica.

"No debería ser necesario aumentar la población joven para mantener el sistema de pensiones. Hay que pensar en el futuro, porque esas personas jóvenes también se jubilarán. La solución del problema con el incremento de la natalidad es una solución a corto plazo y basada en los intereses económicos de los países desarrollados", añade.

Asimismo, la transición demográfica también se sitúa en las antípodas de las políticas que restringen el número de hijos que puede tener una familia: determinar libremente el número de hijos a través de servicios de atención sanitaria, salud sexual y reproductiva es un derecho humano.