A propósito del atentado contra el semanario Charlie Hebdo escribía el pasado sábado Xosé Manuel Pereiro en LA OPINIÓN que hay que respetar todas las creencias mientras se mantengan en los límites de la vida privada. Hombre. Si no trascienden, mal pueden ser objeto o no de respeto. No sé mucho, por tanto, qué pretende decir con ello el firmante del artículo. Tal vez que cuando pasan al ámbito público pueden ser objeto de opinión y crítica. Hasta ahí de acuerdo. El problema es que ante el caso que nos ocupa no deberíamos estar hablando de opiniones y de libertad de expresión, que no deslegitimaría si eso en verdad fuesen. Pero no. Estamos ante una catarata de ofensas sin sentido. Y ofensas no solo hacia los fanáticos de la religión, sino hacia cualquier practicante de la misma ¿Y para tales ofensas debe haber barra libre como hacía y sigue haciendo la publicación en cuestión? No creo.

Lógicamente, no exijo para mis creencias religiosas más respeto que para cualquier otra creencia o actividad humana. Exijo la misma, pero no menos. Y fanáticos, los hay por doquier. Hoy, afortunadamente, los de inspiración religiosa son una excepción en el ámbito de las creencias, aunque con sus atentados causen tanto dolor. Ni judíos, ni cristianos, ni budistas, ni hindúes matan en nombre de Dios. Hoy el fanatismo y la violencia -me parece- hunden más sus raíces en el ámbito de la política, de las ideologías, de la economía o de la geoestrategia. Por todo ello no sé si Xosé Manuel Pereiro no se estará sumando a cuantos han aprovechado estos días la coyuntura para clamar contra la, a su juicio, irracionalidad de las religiones. Por lo demás, espero que de todo lo anterior nadie pretenda atribuirme una justificación o comprensión de los atentados de París.

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