Siempre que hay obras de construcción de edificios, se ve una tipología de gente -jubilados, en su mayoría- en el papel de mirones. Los sufridos trabajadores, no solo son observados al detalle, mientras trabajan, sino que, por si esto fuera poco, tienen que escuchar recomendaciones y consejos de estos señores, supuestamente entendidos en la materia.

Personas ociosas sienten la curiosidad morbosa de ver sangre cuando se produce un accidente. Por otro lado, otras (o las mismas), cuando ven al presunto asesino, llevado por la policía, se dedican a insultarlo, sin conocerlo y sin tener ni idea de si es culpable, basándose simplemente en que sale en los medios de comunicación.

Ciertamente, una cámara de TV atrae a muchos a colocarse estratégicamente tras el reportero y, de ese modo, poder ser vistos en casa -saludo incluido-. Eso sí, cuando el piloto está encendido? ¿Quién no ha visto alguna vez a un hombre o mujer que, a empujones, intenta penetrar en ese grupo espontáneo, formado a causa de un suceso? Quiere saber, a toda costa, la verdad, de primera mano y de forma exclusiva, aunque esa acción lleve aparejado tirar o pisotear a otros.

Somos curiosos por naturaleza -todos hemos mirado hacia arriba cuando vemos a alguien hacerlo, reconozcámoslo- y eso es bueno casi siempre. Pensemos simplemente en la curiosidad del saber, el afán por adquirir conocimientos. Pero algunas personas sienten un tipo de curiosidad que podemos llamar malsana, e incluso, enfermiza, que causa mucho daño a su alrededor y de la que debemos huir, si algún día llega a tentarnos.