Hablar de cualquier vínculo relativo al mundo de la tauromaquia y su reiterativo maltrato animal me resulta profundamente desagradable, pero las recientes fotos de toreros con sus hijos en brazos dando capotes por aquí y por allá invitan cuanto menos a la reflexión.
La terrorífica imagen de desamparo salta a la vista casi como un insulto al raciocinio humano, de inconcebible sopetón, renegando al ostracismo todo el esfuerzo de nuestra sociedad moderna por preservar la integridad de los más pequeños. ¿O acaso llevaríamos a un niño sin medidas de seguridad en un vehículo? ¿Consentiríamos que alguien fumase en una sala repleta de neonatos? Temeridad manifiesta; como si aquel que en pos de demostrar la innata sensación de libertad que procuran las motos sube a su retoño al manillar y sale quemando rueda. Intolerable.
Resulta imposible sacar nada positivo de semejante muestra de desatino, de falta de sentido común, salvo que todo el revuelo que se ha formado con dichas fotos se transforma en un deterioro más que aplicar a la tauromaquia, agrandando inexorablemente la brecha entre sus defensores y detractores.
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