La pobreza y la violencia expulsan a millones de seres humanos de sus países, hasta el punto de convertir la emigración en un fenómeno estructural. De entre esos millones, los niños son los más vulnerables en cuanto a sus derechos y su libertad.

El tráfico ilegal, la trata con fines de explotación laboral y sexual, y la servidumbre doméstica, se ceban en ellos. Son comprados y vendidos, muchas veces sin dejar rastro alguno. Y si esto sucede es porque su explotación es fruto de la demanda de trabajo barato, de esclavos sexuales y de órganos para ser trasplantados.

Los menores no acompañados constituyen uno de los grupos humanos más frágiles en el mundo. Es urgente tomar medidas que lleguen hasta las causas, trabajar en los países de origen, y cómo no, acoger e integrar a los niños en las sociedades de destino.