Opinión | Cartas de los lectores

Óscar Camiño Santos | A Coruña

Orgullo

Corren tiempos difíciles, vaya una novedad, ya lo decían nuestros abuelos en los caducos tiempos del blanco y negro. Pero lo cierto es que muy a nuestro pesar, ahora vivimos en un mundo que se asemeja a una olla a presión, rebosante de problemas, tambaleando su acalorada tapa a punto de explotar en cualquier momento. ¿Cuál será el detonante? No faltan razones, más bien sobran. Tal vez se trate del fanático terrorismo religioso atentando contra la pacífica convivencia, o quizás algún dictador vitalicio, lanzando provocadores misiles al mar mientras su pueblo pasa hambre. ¿Los rusos y sus ataques cibernéticos? ¿El comandante en jefe de los norteamericanos? Demasiada proximidad, me temo, la de la cerilla al polvorín.

Así que debiéramos aceptar la sugerencia, siempre optimistas, esa que el visionario de un futuro siempre al alza no se cansa de recordarnos. Aquella que dice que la frontera final es el espacio, que aquí en la Tierra nunca tal prodigio vivimos, que los límites, comienzan a transformarse en ilimitados. ¿Acaso se recuerda mayor periodo de progreso a lo largo de la Historia? Claro que no. La clave, la conectividad.

Puede apreciarse en las ciudades, conectadas de país a país, donde todas las sociedades posibles conectan a su vez entre ellas. Grandes megalópolis, áreas metropolitanas concatenándose unas con otras. Carreteras, trenes de alta velocidad, redes eléctricas, de comunicación, internet. Creciendo a gran rapidez, ofreciendo brillantes avances tecnológicos, creando cadenas de suministros, la nueva geografía funcional. Mil quinientos millones de personas viajando cada día por todo el mundo, compartiendo sus distintas ideas. Evolución, apertura de mentes.

Pero hete aquí que, junto a tanta bonanza cultural nunca vista, siempre como al buen gallego, habrá de faltarnos algo para la completa felicidad.

Hoy sumamos doscientas soberanías en todo el planeta. En los años cuarenta, con la creación de Naciones Unidas, contaban tan solo con cincuenta. Y acompañando estos tiempos de insólito progreso, ¿cuántos de estos países, autorizan algo tan lógico como los matrimonios entre personas del mismo sexo? ¿Cuántos deciden no obviar, su natural reconocimiento social? Solo veintitrés estados. A estas alturas de la película, pocos me parecen.

Y aunque en España es legítimo gracias a un gobierno de izquierdas desde el año 2005, haciéndonos creer, ilusos, que el destierro de los custodios del legado de sus tradiciones más tristemente arraigadas era factible, parece resultar todo lo contrario. Una vez más, la libertad de las parejas homosexuales es vejada, comparada con barbaridades, convertida en pura utopía.

Por más que avancen y prosperen los tiempos, por más que el ser humano logre conectar entre sí, el hombre parece no cambiar jamás.

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