Hoy es Venezuela, mañana cualquier otra nación. La nefasta receta, por sencilla, resulta hasta insultante. Véase. Primero me alzo al poder, bajo nepotismo, sucesión, engaño o mano armada. Requisito básico. Aplíquese inmediatamente la política del terror, pues las masas, desde el principio de los tiempos, se controlan mejor si malviven atemorizadas. Cerrar a continuación el país a cal y canto, cambiando las reglas del juego, según propia conveniencia. La banca, como pasa a jugar para uno mismo, por supuesto siempre gana. Represión a base de palos y la ciudadanía pastando por el redil. Hasta aquí, macanudo, ¿qué hacer después? Controlar los medios de comunicación, preferiblemente televisión y radio estatales, el resto prohibidas, ofreciendo en bucle tus supuestos logros como glorioso gobernante y las buenas andanzas de la patria para las mentes más ingenuas. Tras eso, los medios de transporte. Buses trenes y aviones, nadie se mueve sin que yo, papá Estado, lo permita. Además, controlaré lo que coméis y como lo conseguís, y si hay víveres y productos de primera necesidad, pues bien, si no, también, ya que servidor los tiene asegurados y a buen recaudo en su repleta despensa del palacete. Y claro está, añadir a la receta ejércitos bien pagados, que al fin y al cabo remarán a favor, pues si se alzan en golpe de Estado, se me acaba repentinamente la función.

¿Posibles inconvenientes? Alguno que otro, nadie dijo que iba a ser fácil. Desde manifestaciones de la descontenta oposición, nada que no se enmiende con más palos y desapariciones de disidentes a alta hora de la madrugada, hasta la más que posible ponencia divergente del resto de la opinión internacional, que con un emotivo mitin saturado de fervor patriótico, también adquiere pronta solución.

Y ya tenemos nuestra vergonzosa dictadura de manual para tiempos modernos, más o menos, como se viene a hacer desde que el hombre así lo es. ¿Nos suena de algo? Desde luego, como la vida misma, valgan como ejemplo Chile, Argentina, Corea del Norte o España.

Una vez más, para sonrojo de la humanidad, la historia en pleno siglo XXI abocada a su fiel condena de repetición.

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