Yo defiendo el derecho a la autodeterminación de los pueblos, como un derecho fundamental, que cuando se niega destruye la convivencia y dificulta enormemente el diálogo para construir, mientras facilita el enfrentamiento que suele llevar más temprano, o más tarde, a la ruptura.

Suelo poner un ejemplo que seguramente no es el más adecuado, pero que considero que es muy explícito.

Comparemos el derecho a la autodeterminación con el derecho al divorcio, y a la pareja, el núcleo familiar que convive en la casa, con los pueblos y naciones que conviven en el estado.

Imaginemos una pareja felizmente casada, que vive en un país donde no existe el derecho al divorcio, una pareja feliz, con unos hijos sanos a los que adoran, en definitiva, una familia bien avenida, que tiene una vida cómoda y con sus necesidades cubiertas. Ahora imaginemos que ese país legaliza el divorcio, ¿a alguien se le puede pasar por la cabeza que esa pareja feliz vaya a divorciarse porque se le reconozca el derecho a hacerlo?

Pues lo mismo pasa con los pueblos, cuando la convivencia es buena en la casa de todos que es el Estado, los pueblos son mucho más conservadores y fieles que una pareja, no corren el peligro de enamorarse de otro y si el Estado respeta su hecho diferencial, les garantiza su derecho a decidir, cubre sus necesidades básicas y trabaja por la buena convivencia de los pueblos que forman este Estado plurinacional, o unión de repúblicas, o Estado federal, la fórmula o sistema en la que esos pueblos hayan decidido organizarse, ningún pueblo se va a divorciar, ninguno entenderá la independencia como solución a problemas inexistentes.

El problema viene cuando no hay respeto al hecho diferencial, cuando las distintas nacionalidades no son reconocidas, cuando hay idiomas de primera y de segunda, cuando el derecho a la autodeterminación no está reconocido y el Estado se convierte en una cárcel de pueblos, en vez de en la casa de todos.

Defiendo la unión voluntaria de pueblos libres, de naciones que deciden caminar juntas, los hace más fuertes, los enriquece esa diversidad de culturas, tradiciones, e historia diferenciada.

Necesitamos cambiar el actual modelo de estado, heredado del nacional catolicismo y fruto de una falsa transición, bien sea mediante un Estado federal, o un Estado plurinacional donde cada nación, entendiendo que hablamos de naciones formadas por pueblos libres, pueda decidir qué tipo de relación quiere tener con el resto del Estado.

Reconociendo el derecho a decidir, podremos construir un futuro en común.

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