Por fin han entrado en razón. El cine bajará su precio el próximo año, equiparándose a los espectáculos en vivo que ya habían reducido su IVA hace tan solo unos meses, igualándolos de nuevo con el resto de Europa. Iba siendo hora. A ver si aprovechamos la buena ola y también conseguimos que grabar una película en España no salga por un pico, disponiendo de las mismas subvenciones que los otros países de la comunidad europea. Sin duda, la calidad del cine patrio, mejoraría exponencialmente.

Y es que no se puede negar, esto de ir al cine gusta como pocas cosas. Lo que ya no encandila tanto es sacarse el puñal de la espalda, tras pagar la entrada y su correspondiente pack de palomitas y refresco. Pero que nos atrae y no queremos renunciar al séptimo arte, queda más que claro. Puede comprobarse en los llamados días del espectador o la Fiesta del Cine, con tiques incomparablemente más baratos, donde las largas colas en las taquillas casi le hacen a uno perderse la función. ¿Por qué no vamos con tanta afluencia los días que el precio no está rebajado? Anda si no tendrá que ver, a la hora de decidir, el dinerito que hay que apoquinar.

Mas puestos a mejorar, recuperemos también la figura del acomodador. Indispensable. Ese señor de antaño que daba cierta sensación de autoridad y orden en la sala. Hoy por hoy, más que acertar con la peli que se escoge, hay que escoger muy bien dónde sentarse, en pos de evitar toda suerte de presencias incordiantes. Como en buena botica, te encuentras de todo un poco, en lo relativo a la falta de educación. Desde el que comenta las escenas con el de al lado sin modular la voz, vamos, como si estuviesen ellos solos en la sala o en su mismísima sala de estar, pasando por el que no deja de iluminarnos con su móvil o las pataditas en la butaca desde el asiento de atrás, hasta llegar al que engulle toda suerte de comestibles metiendo ruido como si no hubiera un mañana. Aquí sálvese quien pueda, que para eso yo, pago mi entradita como todos los demás.

Pero ¿cómo desertar del cine? Jamás. Ventana al maravilloso mundo del celuloide, lugar donde lo imposible encuentra cabida, pantalla de ficción y fantasía que por un buen rato, hace olvidar a nuestros expectantes ojos la cotidiana realidad que los rodea.