¿Y después qué? Hay que estar ciego para no darse cuenta que el conflicto más grave como Estado golpea a toda la opinión pública de este a oeste y de norte a sur. Opiniones como siempre de un extremo a otro. Desde aquellas abominables que sacan "tambores de guerra" propias de la España negra y profunda hasta la locura de romper el país sin una mínima garantía democrática, ambas más propias de un país pobre de ideas y con grandes déficit cultural y político. Pero en el medio de estos extremos basados más en el instinto y la emoción ¿qué hay? ¿Dónde está la inteligencia que exige la gran Política de Estado? Un vacío corre por nuestra mente. ¿Cómo se ha dejado pudrir la situación? ¿Es culpa sólo de la Constitución? ¿Será culpa del Estado de las Autonomías y chocolate para todos? ¿Serán los catalanes prisioneros de la CUP? ¿Serán los "españolistas" que creen que toda España es Castilla? ¿Y el gobierno del PP, que aún no se ha dado cuenta que tiene el mandato de gobernar a todos los españoles, y no solo a sus adeptos, e incluso a los que no le han votado, incluyendo al pueblo catalán? Está muy claro que cuando hay un divorcio la culpa no sólo es de una parte, y el actual Gobierno tiene y ha tenido su responsabilidad de no prever las consecuencias de que La Constitución no es un látigo ni un obstáculo para castigar sino el mejor medio que debería garantizar la convivencia entre esta España o Españas que se caracterizan por su heterogeneidad desde el paisaje, culturas, costumbres y sentimientos. La Constitución debe admitir y admite que no puede haber un pensamiento único cuando hay diversidad de ideas y no solo limitadas al folclore. La historia de España ha sido un péndulo entre los que desearon y desean La España Única y otros que consideran que la grandeza y su riqueza está en su diversidad, pero no sólo multiplicando administraciones en cada autonomía que nos endeudan sino aplicando una efectiva y eficaz descentralización del estado que no siempre tenga el visto bueno de Madrid, para eso ya estaban las provincias. Quizás está aquí el problema catalán.

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