Tras dos décadas trabajando cara al público, puedo afirmar al más puro estilo Blade Runner que he visto y escuchado cosas que ustedes no creerían. Suprema variedad. Pero eso sí, nada comparable a los tuits ofensivos de estas últimas fechas. Perplejidad ante lo insólito. La escalofriante simpleza con la que se demanda el ahorcamiento de una persona, que le aplasten la cabeza con un bate. Como se pide una violación en grupo. La muerte. De locos.

¿Dónde se sitúa pues, el límite del ultraje? ¿Se equipara a las etílicas tertulias de barra de bar, donde a altas horas se impone la razón bajo la amenaza y el insulto? No existe justificación posible, por más que se disienta con otro congénere.

Quizás ante el impulso irrefrenable de expresión en ciento cuarenta caracteres, convendría que cada cual pensase previamente en sus respectivos progenitores, e imaginase la cara que les quedaría a esos que tanto tiempo y sacrificio invirtieron en su educación, al leer sus brillantes locuciones.

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