Según informan algunos medios de comunicación, la empresa china de biotecnología SinoGene ha clonado un perro llamado Longlong con ayuda de la técnica de edición genética CRISPR/Cas9, por medio de la cual, en palabras de uno de los científicos que intervinieron, se seleccionan determinados genes para "mejorar" las capacidades del animal, por ejemplo, la velocidad, el olfato o la inteligencia. En otros términos: ya no es necesario esperar a la lenta acción de la selección natural, ni a los tradicionales cruces entre razas; basta con aplicar el "corta y pega genético", quitando unas secuencias de ADN y sustituyéndolas por otras "mejores" para perfeccionar ejemplares en una sola generación.

Contra esta práctica caben desde el punto de vista ético, dos objeciones: la primera es que en caso de generalizarse alterará de un modo precipitado el equilibrio de la biosfera, al introducir artificialmente variaciones en las especies a un ritmo tan acelerado que hará imposible de articular el ajuste ecológico entre unas y otras, lo que puede suponer la extinción de muchas de ellas y un desastre más para el medio ambiente; la segunda, es que si admitimos la legitimidad de la edición genética en los animales, será pronto difícil encontrar argumentos para rechazarla en el caso de los humanos. Para gran parte de la opinión pública actual, que no encuentra diferencias esenciales, sino solo de grado, entre nosotros y el resto de los seres vivos (y en particular, los mamíferos), está claro que si la "clonación mejorada" se permite en perros nada podrá impedir que se aplique también a los seres humanos. Aunque este argumento se puede invertir: si no es admisible para nosotros, tampoco debe serlo para ellos, como arguyen ya algunos ecologistas.

Y una razón de fondo: editar genéticamente a los seres vivos equivale a "fabricarlos", por tanto, a despojarlos de un origen y condición natural que es el primero de sus derechos.

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