Es un hecho innegable que nuestra vida actual se halla completamente mediatizada por la tecnología digital. Los niños ya no nacen con un pan, sino con un móvil debajo del brazo; hasta el punto de que puede decirse que este aparato es ya como una prótesis permanente de nuestro cuerpo y, lo que es más grave, de nuestra mente. Lo consultamos constantemente y pasamos horas y horas en su compañía, abstrayéndonos del entorno natural y humano que nos rodea. Genera dependencia, especialmente entre los más jóvenes que, literalmente, no saben vivir sin él.

La situación es tal que lleva a muchos a adoptar actitudes extremas ante este fenómeno: o bien la tecnofilia, complaciente defensa de las ventajas de la tecnología, olvidando sus inconvenientes, o bien por el contrario, la tecnofobia, devastadora crítica que resalta todos sus perjuicios y que aboga por una drástica restricción de la misma.

Entre ambas, cabe reivindicar una "tercera vía" intermedia basada en el uso moderado de los medios digitales, con especial atención a la formación de los niños en este campo, así como en su alternancia con actividades naturales, creativas y personales, poniendo freno a la tiranía de la máquina y de las multinacionales del sector.

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