Decididamente, algo va mal: en la educación, en las familias, en la sociedad, para que en el transcurso de un año y solo en una provincia como A Coruña más de cien menores hayan tenido que ser denunciados por sus propios padres por maltrato. Según los expertos, estas denuncias paternas presentadas ante la policía son la punta de un iceberg mucho mayor, ya que los progenitores aguantan lo indecible antes de formularlas. La mayoría de ellas se refieren a adolescentes de entre 15 y 16 años, varones en un 80% y consumidores de drogas en un 90, según datos de la Fundación Amigó. Pero a través de los medios nos enteramos últimamente de noticias aún más escabrosas: varios muchachos de 14 años son los principales sospechosos del doble crimen que segó la vida de una pareja de ancianos de 87; un menor de la misma edad es el presunto culpable de la violación de una chica, otros de entre 12 y 14 han abusado sexualmente de un niño de nueve... la violencia adolescente está desbordando como un tsunami todos los listones imaginables, y ya es hora de reflexionar en serio acerca de lo que estamos haciendo mal, y sobre lo que deberíamos hacer a partir de ahora para atajar y solucionar este grave problema. Pensar, entre otras cosas, en que demasiados niños se pasan miles de horas observando escenas violentas en la televisión, el móvil y la consola de videojuegos (donde además participan en ellas), sin que al parecer nadie les diga ni les impida nada. Y también en lo mucho que les consentimos desde pequeños sin imponerles prácticamente límites a sus caprichos y rabietas; o en la escasa formación en valores que se les da en las familias y en las escuelas. Por su bien y por el nuestro tomemos conciencia de esta dura realidad y entre todos hagamos algo.

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