Vivimos en una sociedad pluralista y multicultural en lo que se refiere a valores y creencias; sin embargo, la omnipresencia de la tecnología es universal. La televisión, el coche, el smartphone, los electrodomésticos, y todos los demás aparatos que utilizamos cotidianamente, nos envuelven hasta formar lo que Alvin Toffler denominó la "Tecnosfera", el entorno o medio ambiente artificial sin el que ya no sabríamos vivir, y que tiende a expandirse cada vez más, hasta llenarlo todo. De ahí que se pueda describir a la nuestra como una sociedad donde la técnica es hegemónica y en la que ésta constituye el elemento vertebrador de todo el sistema social; sea cual sea el pensamiento de cada persona o grupo, todos funcionamos en la práctica más o menos igual, al operar con los mismos mecanismos y de la misma manera. Los disidentes son rápidamente excluidos y se convierten en marginales. Esta entronización de la técnica como fáctica ideología común supone un cambio histórico en la relación de fines y medios; ahora la tecnología, antes concebida como un instrumento al servicio de otros valores, se busca como una finalidad en sí misma, frente a la cual se convierten en medios los demás aspectos de la vida humana que antes eran vistos como fines (por ejemplo, el descanso o la formación personal). A pesar de las ventajas materiales, de carácter cuantitativo, que se asocian con esta tecnificación de la existencia, se da con ella también una deshumanización que conlleva problemas de carácter psicológico y ético, como el sentimiento de vacío y falta de sentido vital. Hay que tomar conciencia de esta situación para poder revertirla y poner a la tecnología en el lugar que le corresponde, es decir: al servicio del ser humano y no al revés.

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