Vaya por delante mi más enérgica repulsa contra la jauría (ay, perdón, quería decir manada, pero me traicionó el subconsciente y no pude evitar confundirlos con unos animales llamados lobos, que también atacan en manada) de cinco individuos que acechan y acorralan a una solitaria chica a las tantas de la mañana. Aunque para la Justicia es muy importante saber si la víctima consintió o no, a mí me vale pensar en que, aunque la chica hubiera consentido, es evidente que en tales circunstancias no está en condiciones de decidir, por lo que a esas alimañas debe caerles todo el peso de la ley que en justicia corresponda. Y para que les caiga el peso de la ley están unos técnicos llamados jueces, que son quienes entienden de eso. Y como se trata de una sentencia susceptible de recurso, no veo a qué vienen esas manifestaciones callejeras nada más tener noticia de la misma. Da la impresión de que los agitadores callejeros profesionales, que lo mismo salen a la calle por una cosa que por la contraria, no solo tenían hechas las pancartas para el caso, sino que también habían notificado a las reatas que, a toque de corneta, se presentan, no importa para lo que sea.

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