Nada importa más, pero pasa desapercibido. Correr delante de unos bichos de seiscientos kilos esquivando cornadas al azar, cómo si no hubiera riesgo en el juego. Vamos con el parte de accidentados de hoy, claman. Ruptura maxilofacial, traumatismo craneoencefálico, pérdida del bazo. Muerte. ¿Quién no querría participar?

Y en el mismo hospital donde ingresan los heridos por urgencias, ¿qué pensarán los que luchan por su vida contra una enfermedad? ¿Los que se aferran a ella mientras otros la ningunean?

Así es la tradición, no están obligados. Allá cada cual. Entonces deberíamos apreciar con mayor respeto el lado inverso. Las profesiones de alto riesgo, mineros o marineros que por traer el pan a sus casas si se ven exigidos por el peligro, pero cuando perecen ejerciendo su trabajo, nadie parece acordarse de ellos.

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