La acogida con que el Papa ha agradecido a los socorristas que salvan vidas en el Mediterráneo, que no preguntan cuáles son las razones del viaje o la procedencia, ni tampoco piden papeles, es un modelo de conducta. La valentía de los migrantes que arriesgan su vida por un futuro mejor, es un aliciente para los países de acogida muchas veces dominados por el temor y la falta de esperanza.

La complejidad de la cuestión migratoria no puede abordarse desde el miedo ni los recelos, sino desde la solidaridad y la misericordia. Como ha dicho Francisco esa respuesta exige un reparto equitativo de las responsabilidades, un análisis honesto y sincero de las alternativas y una gestión sensata. Una política justa sabe mirar al bien del propio país teniendo en cuenta el de los demás países, en un mundo cada vez más interconectado.