Día tras día leemos o escuchamos arbitrariedades o irregularidades en alguna universidad que tienen un denominador común: un profesor que prevarica, un alumno que acepta un título no merecido o robado, y el poder que ejerce un determinado partido político. Un fatídico triángulo que atenta al prestigio de la Universidad con gravísimas consecuencias para la credibilidad de un organismo que, como la mujer del César, no solo debería ser honesto sino también parecerlo. Parecía que la corrupción era solo a nivel político y de políticos que venían de Marte. Pero ni los políticos son marcianos ni nuestras universidades son de otras galaxias. Todos bebemos y nos educamos en las mismas fuentes, en el mismo sistema que lo ha permitido. Fuentes que han originado una sociedad permisiva con la mentira y la hipocresía, ambas estrechamente unidas. No hay ética y menos que la "ética la marca la ley", como recientemente ha dicho algún político relevante (Pablo Casado en la TV Sexta). ¿Qué ley, la del más fuerte? Todos sabemos que algunos hijos de catedráticos ya tenían la matrícula asegurada, o la tesis doctoral hecha y aprobada por un tribunal escogido, que la oposición a profesor ya estaba dada o que el CV estaba engordado con mentiras o falsas verdades. Entonces, ¿a qué viene tanta sorpresa? ¿Es ahora cuando nos damos cuenta de tanta mentira? ¿Es ignorancia, hipocresía, ceguera? Cada vez me gusta más Belle de jour, Buñuel o Galdós.

Eduardo Vázquez

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