Está fuera de duda la reivindicación de la igualdad de la mujer ante una sociedad hecha por el hombre y por consiguiente machista e injusta. Sobran las razones, pero la más importante es que en estos momentos históricos de mediocridad política global, no se puede limitar la inteligencia que aporta la mujer a salir de esta crisis, crisis de valores y también de inteligencia. Pero todo cambio de tendencias o costumbres trae consigo el efecto péndulo y sobre todo en nuestra historia con cierta tendencia al extremismo. Somos viscerales, vehementes y con tendencia a tocar los extremos. Y esto está pasando con un feminismo mal entendido que roza el peligro de caer en un machismo al revés y llevarlo al extremo absurdo de cambiar las reglas del lenguaje y empezar a hablar mal mezclando política con lenguaje incorrecto. En el Parlamento, donde se debería hablar bien, asistimos a usos de la oratoria que dan vergüenza ajena. El plural, según la RAE, no tiene masculino ni femenino, simplemente es plural. El decir "todos y todas, compañeros y (as), diputados y (as), y un largo etc., no hace favor alguno al feminismo sino por el contrario alarga los discursos y nos retrata como mal oradores porque mezclamos política con el uso de una correcta gramática que no debiera tener género.

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