Para muchos, Alcoa es solo el nombre de una multinacional del aluminio; da la impresión de que incluso para la propia empresa no es más que eso y por ello considera su fábrica de A Coruña, al igual que la de Avilés, como una simple máquina no demasiado rentable que hay que retirar y a sus trabajadores, como meros números que no cuadran ya en los asientos contables. Sin embargo, yo particularmente asocio Alcoa -antes Aluminios de Galicia- con un nombre y un rostro humano propio: el de mi hermano político, José Manuel, que trabajó en ella casi cuarenta años sin acogerse a una sola baja. Cada día se levantaba a las seis de la mañana para llegar puntual a su puesto y desarrollar eficientemente su jornada; hasta cuando estaba fuera lo recuerdo llevando a menudo un "busca" por si había cualquier problema que pudiera reclamarle de urgencia.
En los últimos años solía atender a grupos de escolares que visitaban la factoría y a los que les explicaba con rigor y claridad su funcionamiento. Cuando le correspondía jubilarse consiguió permanecer un año más; estaba allí como pez en el agua. Después, la enfermedad del olvido le fue envolviendo y su estancia en este mundo finalizó apenas unos meses antes de que la empresa decidiera cerrar una fábrica que para José Manuel como para tantos otros ha sido, más que un medio de subsistencia, toda una forma de vida. Ojalá que el tesón de quienes hicieron de ella una industria señera en Coruña y en España no caiga en saco roto y se revierta la impersonal y calculadora orden de cierre que ignora que cada uno de los trabajadores a los que se envía a la calle tiene nombre e historia propios.
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