Un niño inocente no juzga a sus padres. Para él, sus progenitores son la suma de todos los valores. Este es el orden de las cosas: primero, uno tiene un concepto sobre lo que es el bien y después, sobre esa plataforma, uno va apilando conocimientos. ¿Qué ocurriría si nuestro concepto sobre estos valores fuera erróneo? O, ¿qué sucedería si el niño desconfiara de sus propios progenitores? Que todo se desmoronaría, o nos negaríamos a edificar sobre esa base. Porque, si no se confía en el maestro, ¿cómo va a calar en el discípulo la enseñanza de quien le intenta instruir? Aunque la ética tiende a ser universalista, por la forma de obrar de algunos de sus miembros, vemos que incluso los ciudadanos de un mismo país, ciudad, pueblo, aldea tienen diferencias importantes sobre este aspecto. Lo cual nos remite al libre albedrío del individuo. Nos remite a la responsabilidad de nuestros actos. Nos remite al conocimiento y la asunción de las consecuencias que de ellos se puedan derivar.

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